¿Aprender de Bachelet?
Claudio Alvarado R. Director ejecutivo del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES)
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Claudio Alvarado
“Tiempos mejores”. Para eso volvía Sebastián Piñera: para retomar la senda del progreso, según la habitual expresión oficialista. El propósito era más que justificado, pues la segunda administración de Bachelet padeció múltiples defectos y su “legado” nos pena hasta hoy (basta pensar en el despropósito de la gratuidad universitaria). Pero mal que nos pese a sus detractores, hay dos aspectos en los que la exPresidenta y su gobierno superan al piñerismo.
El primero es una hoja de ruta clara e inequívoca. En rigor, todos sabíamos a qué venía Michelle Bachelet: a impulsar una reforma tributaria, cambios educacionales y una nueva Constitución. Ciertamente ella fue demasiado persistente, obstinada incluso, al no considerar las resistencias ni las dificultades que surgieron en el camino; pero —bien o mal— su mandato tenía un proyecto, una narrativa y un norte. En este sentido, por desgracia, Sebastián Piñera II ha sido la antítesis perfecta.
En efecto, fue tanta la dispersión de agendas –en algún minuto llegaron a listarse siete u ocho “prioridades” simultáneas–, tanta la obsesión con el big data y las encuestas, y luego tantos los infortunios, que nunca vimos un hilo conductor. A estas alturas, después de la crisis de octubre y el crispado manejo político de la pandemia, la meta del Presidente es modesta (aunque muy, muy relevante): asegurar la continuidad institucional de la república. Sin embargo, ni siquiera eso estará asegurado mientras no haya una conducción política digna de ese nombre, capaz de enfrentar a las pasiones antidemocráticas que azotan al país.
En este punto reside la segunda lección de Bachelet. Pese a su fascinación casi religiosa con “el programa”, ella realizó los ajustes del caso cuando fue necesario. ¿O acaso Jorge Burgos y Rodrigo Valdés eran sus predilectos para tomar las riendas? Nada de esto evitó el colapso de su coalición, pero al menos ella logró salir de sus círculos de confianza personal, estabilizando por un tiempo la situación. Es un misterio por qué ahora, cuando los problemas son mucho más graves que en 2011, Sebastián Piñera se resiste a realizar un ejercicio similar. ¿Qué más deberá ocurrir para modificar el libreto e incorporar a La Moneda a dirigentes de peso y trayectoria, o al menos con miradas realmente distintas? No es fortuito que el ministro con mejor desempeño desde octubre sea Ignacio Briones, el único que no proviene de Apoquindo 3000.
Con todo, la oposición también debería aprender de los errores del segundo gobierno de Bachelet. Hoy este sector vibra con desmantelar “el modelo”, y no falta quien dice que “el proceso constituyente ya comenzó”. Harían bien en recordar que el cambio a la Constitución que promovía la Nueva Mayoría fracasó no sólo por el inmovilismo de la derecha –cuánto habría ayudado escuchar a quienes sugerían un sano reformismo–, sino también por la retórica rupturista y refundacional. Ahora la izquierda está doblando la apuesta, y eso tiene consecuencias. En palabras del diputado Jaime Bellolio, quien se movió del “apruebo” al “rechazo” por este escenario, “un proceso constituyente implica una renuncia a toda forma de violencia y solucionar los conflictos de manera institucional, y la oposición no ha cumplido ninguno de esos compromisos”.
La izquierda no lo ve, pero el tránsito de Bellolio puede reflejar un movimiento subterráneo mayor. Para la oposición también, tal como dijo la exPresidenta, cada día puede ser peor. Quizá recién lo noten el 25 de octubre.