Cultura, Coldplay y huella de carbono
CARMEN GLORIA LARENAS Directora general del Teatro Municipal de Santiago
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Carmen Gloria Larenas
La actual crisis del sector cultural gatillada por el Coronavirus ha dejado al descubierto sus fortalezas y debilidades, en cada país con sus matices, planteando varias interrogantes nuevas.
Algunas se relacionan con el modelo de gestión de las organizaciones, su financiamiento, el rol que la cultura digital puede jugar en él, así como la necesidad de repensar las experiencias artísticas que se han revelado sólo tradicionales respecto de formatos, espacios creativos posibles y tiempo de duración, por ejemplo. También ha surgido la necesidad de aprovechar sin tantos remilgos las oportunidades que la tecnología ofrece para derribar barreras de acceso en un mundo hiperconectado, en crisis sanitaria y en búsqueda de la sostenibilidad que, ya sabemos, nos empuja y seguirá empujando a nuevos lugares.
Pero hay un tema que es importante abordar en este contexto: ¿cuál es el rol del sector cultural y su compromiso con la sostenibilidad del planeta?
Teatros y centros para las artes, así como ambiciosos festivales internacionales, analizan hoy el futuro respecto de la viabilidad y pertinencia, entre otros, de esos grandes y llamativos proyectos culturales que generan excitantes expectativas. Sus resultados en el contenido y la experiencia no son siempre logrados, ni a un costo que parezca razonable y son, finalmente, analizados con un prisma que rara vez considera la huella de carbono. Es así para una tradicional gira de una orquesta sinfónica de 120 músicos como para una obra de teatro o un concierto de rock. En estos dos últimos casos, los mensajes antisistema y de crítica abundan, pero sin agregar que ese mismo sistema es el que les permite viajar y presentarse libremente donde quieran.
La banda Coldplay abrió la discusión sin timideces en 2019 cuando decidió abandonar las grandes giras internacionales hasta que éstas no sean carbono neutrales. Y en TheCritic.co.uk, el columnista Norman Lebrecht insufló nuevos aires al tema con crudeza, generando gran controversia en el mundo musical del Reino Unido, con un texto en el que recordaba que cada vuelo transatlántico utiliza 493 kg de CO2 por pasajero, tanto como lo que una persona emite en un año. Eso, sin contar la carga. Y todo, antes del Brexit.
La discusión es interesante, porque trasciende el binomio cultura/sostenibilidad. El financiamiento para proyectos internacionales fijará poco a poco una nueva lógica que, sin duda, se topará con la necesidad de racionalizar con inteligencia recursos humanos y económicos, pensando de manera central en el planeta y volcando nuestra mirada al territorio.
No queremos tantas personas cruzando de un lado para otro del planeta. Relacionarnos y conectarnos seguirá siendo central, pero concentrando el impulso innovador y creador en el territorio. Esta parece ser una fórmula.
Ya estamos en la era en la que habrá que pensar dos veces cuál es la razón para estar en el aire. Mucho más allá de la siempre deseada, buscada y popular foto de Instagram.