Más cerca del terror
Director Ejecutivo Fundación Para el Progreso
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Axel Kaiser
No lo dudaron. El infame atentado explosivo en contra del militante socialista Óscar Landerretche fue calificado transversalmente como terrorismo. En La Araucanía hay muertos, miles de millones en propiedad destruida, amenazas permanentes y pocos se atreven a calificar lo que ocurre ahí de la misma manera. Un columnista conocido de la plaza incluso salió a decir que el Estado de derecho funciona en la sureña región recordándonos cuán lejos puede llegar a encontrarse la vida intelectual del mundo real.
Pero la pregunta de fondo es: ¿por qué solo ahora que le tocó a un miembro de la élite santiaguina, además de izquierda, todos hablan de terrorismo? La respuesta es simple: porque aquellos que antes miraban como un problema ajeno el terrorismo en el sur, se dieron cuenta de que les puede tocar. No existe alarma más angustiante sobre la propia fragilidad que ver afectado a uno de los suyos por algo que parecía un problema ajeno.
¿Qué impide que, en un futuro cercano, lleguen sobres explosivos o se haga otro tipo de atentados a presidentes de partidos políticos, periodistas, gerentes generales, empresarios, líderes sindicales, rectores de universidades, etcétera? Esa debe ser la reflexión de muchos en la élite hoy: “me puede pasar a mi”. Y tienen razón, les puede pasar. ¿Si el Estado de derecho no funciona en La Araucanía –y no funciona porque su objetivo no es la simple sujeción a reglas sino la protección de derechos fundamentales frente a la agresión de terceros- por qué pensar que sí va a operar en Santiago?
Cualquiera que conozca un poco de cómo comienzan los grupos terroristas sabe que si estos no se liquidan de inmediato se van tornando cada vez más temerarios y fuertes. Pero es peor, porque frente al precedente de impunidad pueden surgir nuevos grupos que recurran a la violencia como manera de justificar sus reivindicaciones. Cuando esto escala, ya es tarde para todo el discurso sobre democracia y derechos fundamentales. Basta tener presente que en ninguna parte se han derrotado movimientos de naturaleza terrorista o guerrillera manteniendo las manos totalmente limpias.
Más interesante aún es observar en estos procesos el hecho de que, quienes al principio los validan o expresan simpatías hacia ellos, cuando se salen de control terminan muchas veces entre sus víctimas. Es una lógica similar a lo que ocurre en las revoluciones socialistas: los intelectuales, periodistas y otros que las apoyan en sus orígenes, incapaces de ver la destrucción que incuban en su seno desde el principio, cuando se dan cuenta del monstruo que han alimentado y pretenden detenerlo, terminan siendo devorados por su creatura. En el caso chileno no sería raro ver que aquellos que han validado oblicuamente la violencia por supuestas reivindicaciones de la etnia mapuche, en algún minuto terminen ellos mismos siendo afectados por la violencia. Es cosa de ver lo que ocurrió con las tomas de los estudiantes.
Ahora bien, la violencia puede venir de nuevos grupos aún más extremos que se desprenden de los originales, o de la reacción también violenta que inevitablemente se produce en algún minuto. Guardando las diferencias, hay que ver nuestra historia para entender esto. Cuando el partido socialista chileno declaró la vía armada como legitima para llegar al poder en 1967 y actuó en consecuencia junto con otros grupos de izquierda, sembró la semilla de la reacción violenta que vino en su contra posteriormente. Ciertamente no podían esperar crear una “guerra civil a la española” con “un millón de muertos” como prometía Clodomiro Almeyda y que su “enemigo de clases” se quedara de brazos cruzados mientras lo llevaban al matadero.
Por supuesto que esa historia está lejos de repetirse hoy. Pero la descomposición del Estado de derecho en el sur y, para ser francos cuando se observa la delincuencia común también en el resto del país, probablemente incubará algún tipo de reacción violenta para restaurar el orden, aunque ella demore en llegar.