Asambleísmo y democracia
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Axel Kaiser
Hay ideas tan absurdas, afirmó George Orwell, que solo un intelectual es capaz de creerlas. La idea de que una asamblea constituyente podría resolver los problemas de los chilenos pertenece a la categoría descrita por Orwell.
Muchos intelectuales de izquierda apoyan esta iniciativa a pesar de su evidente desconexión con la realidad y su probado fracaso en la historia latinoamericana. Pero a los intelectuales en general lo que les importa no es la realidad, sino sus motivaciones ideológicas. De lo que se trata para estos personajes, sumergidos en el mundo de las abstracciones, es de crear un orden institucional que de alguna forma represente al “pueblo”, cuya voluntad se fusionaría, para su beneficio, en el texto constitucional.
Esto no pasa de ser una fantasía. De partida, no existe la voluntad “del pueblo”, pues solo existen diversos individuos con voluntades diferentes. Luego de una asamblea constituyente todo lo que se pregunta al “pueblo” es si quieren o no la nueva constitución en cuyo diseño ellos no tuvieron nada que ver. Más aun, el 99,9% de quienes votarían en un referéndum constitucional en Chile jamás ha leído nuestra constitución y mucho menos tiene idea de principios elementales de derecho constitucional o filosofía política.
Todas las constituciones de la historia moderna, partiendo por la americana, han sido siempre la obra de élites. Y según cual sea la inspiración moral e ideológica de esas élites, la constitución buscará proteger al individuo de los abusos del poder de ellas -el caso notable de Estados Unidos- o permitir que abusen del principio democrático para terminar destruyéndolo junto con el orden económico, como es el caso de la constitución chilena de 1925. Tampoco existen los “representantes del pueblo”. La verdad sea dicha, los políticos persiguen primeramente el interés propio y el de los grupos de interés que los mantienen en el poder.
La democracia es así otra forma en que ciertas élites pueden controlar a los demás y vivir en el mundo de privilegios que solo el Estado es capaz de ofrecer siempre con cargo a los ciudadanos. No es por el incontenible deseo de servir al prójimo que la lucha por el poder político es a cuchillos sino por el de dominarlo. La ventaja de la democracia es que cumple una función sanitaria al permitir el reemplazo de unos gobernantes -muchas veces corruptos- por otros sin derramamiento de sangre. Esto, cuando hay competencia política real, limita la corrupción y constituye sin duda un seguro adicional para la libertad de los individuos que debe preservarse.
Pero de ahí a creer que los Barack Obama de este mundo representan los intereses de los ciudadanos antes que los de Wall Street u otros grupos de interés hay un abismo. Churchill sabía lo que decía cuando sostuvo que la democracia es el peor de los sistemas a excepción de todos los demás. Es precisamente porque es un mal sistema que esta debe limitarse para poner freno a la habilidad de quienes detentan el poder de beneficiar a sus amigos y sobornar al “pueblo” con su propio dinero para perpetuarse en su posición de privilegio.