Arenomics
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Axel Kaiser
Las últimas tres décadas y media Chile se había caracterizado por tener una política económica lo suficientemente seria como para un país que pretendía avanzar. El actual gobierno de Michelle Bachelet rompió esa tradición así como ha pretendido quebrar con todo lo que ha permitido a Chile convertirse en el país más avanzado de América Latina.
Producto de la desastrosa experiencia bajo el sistema de sustitución de importaciones y del colapso del estatismo benefactor desbocado que tuvimos desde las décadas del 30 al 70, habíamos aprendido que la forma central de resolver los problemas sociales era permitir a los privados hacer negocios con tranquilidad. De ahí surgiría el empleo, los mejores salarios y las oportunidades de ascenso social. Luego del colosal fracaso del proyecto marxista de la Unidad Popular, la clase política chilena parecía además haber entendido que la retórica de la lucha de clases y la estimulación de la envidia solo podían conducir al desastre. También parecía haber aprendido la lección de que la democracia no es un sistema infalible en que cualquier cosa que decida una mayoría política circunstancial es buena para el país. Asimismo mostraba tener claro que la democracia no puede funcionar bien sin un sistema económico que le provea de legitimidad y aceptación a nivel popular. En otras palabras, sin un sistema económico que genere prosperidad. Hoy todo eso parece olvidado.
La nueva filosofía económica, inspirada en viejas ideas ya fracasadas, sostiene que el Estado es el principal agente del progreso social y material. En esta visión, el Estado es concebido como una especie de ente divino del cual se pueden esperar todos los beneficios imaginables sin que se asuma un costo por ello. De esa creencia religiosa se derivó, por ejemplo, la absurda tesis del gobierno de que la reforma tributaria, que pretende recaudar más de US$ 8 mil millones, no tendría efecto alguno sobre la inversión y el empleo. Así, de algún modo milagroso, el gobierno tiene según esta visión la capacidad de sacarle recursos al sector privado sin que estos recursos falten en el sector privado.
Pero además, la nueva economía, que podemos bautizar como arenomics en honor a su principal exponente, postula que los políticos y burócratas – eso que llamamos “Estado”- gastarán esos recursos de manera más eficiente que los privados. De esto modo simplemente ignora toda la evidencia de despilfarro, ineficiencia y corrupción de parte de nuestros políticos y funcionarios estatales. Los promotores de arenomics olvidan el desastre financiero de Ferrocarriles del Estado, el Transantiago que costará decenas de miles de millones de dólares a los contribuyentes chilenos, Chile Deportes, el caso falsos exonerados, la captura de Codelco por sus sindicatos, el caso sobresueldos, el desastre de Enap, Corfo-Inverlink, MOP-Gate y un muy largo etcétera. Todo eso no importa porque los “poderosos de siempre” pagarán por el daño que han hecho y hacen a los chilenos día a día con sus empresas e inversiones.
El resultado de esta “nueva” filosofía ha sido notable: en tan solo cinco meses ha puesto al país al borde de la recesión. La reacción de sus partidarios, por su puesto, no ha sido una corrección sustancial de la nueva doctrina, aunque algunos puntos ha debido ceder, sino más de lo mismo. Los ex presidentes Frei y Lagos, antes relativamente razonables en materia de política económica, han llamado a aumentar el gasto fiscal para hacer crecer la economía. Y sin duda el gobierno hará algo o mucho de eso. Primero entonces se castiga la inversión y se destruye empleo subiendo impuestos y amenazando con todo tipo de transformaciones de tono populista y luego, cuando la economía se estanca, se busca revivirla con más intervencionismo estatal. Esa es la lógica de arenomics.
Como dijo Ronald Reagan denunciando una doctrina similar: si se mueve, aplícale un impuesto, si se sigue moviendo, regúlalo, y se si deja de mover, subsídialo. Por nuestro bien es de esperar que después de los malos resultados que tendrá arenomics, reaganomics tenga nuevamente una opción en Chile.