La APEC y el capital emprendedor
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Andrés Meirovich
No hay dos opiniones en cuanto a que el potencial de crecimiento de mediano y largo plazo de Chile se ha venido deteriorando en forma importante durante las últimas décadas, ubicándose actualmente en un rango que no superaría el 3-3,5%. El último IPoM del Banco Central incorporó una actualización de esta variable, la que aumentó en medio punto porcentual la estimación previa, por el impacto estimado del fenómeno migratorio en nuestro país.
Sin perjuicio del impacto favorable de las migraciones en el potencial de crecimiento y de la contribución que haría un fortalecimiento de la inversión, tampoco nadie pone seriamente en duda que hay una restricción de fondo en la productividad, y que si como país queremos cruzar el umbral del desarrollo, el crecimiento potencial debe a lo menos subir a 4-4,5%.
Donde empiezan a observarse diferencias es en cómo lograr este cambio. Para algunos el problema radica en que el modelo de desarrollo que ha venido aplicando Chile ya se agotó. Los defensores de esta postura sostienen que la transición a un modelo capitalista basada en la liberación de los mercados, la eliminación de trabas y la integración comercial al resto del mundo ya dio sus frutos en una primera etapa, siendo ahora necesario pasar a reformas de “segunda generación”. Esta mirada sostiene que el crecimiento basado en la explotación de recursos naturales estaría ya agotado, y que sería necesario impulsar una nueva estrategia de desarrollo que permita “complejizar” la matriz productiva del país.
Nadie podría poner en duda que la revolución industrial en curso, basada en el conocimiento y las tecnologías digitales, va a derivar en un cambio en la matriz productiva de los países. Donde hay discrepancias es en si esto debe ser la consecuencia de un proceso natural liderado por las fuerzas del mercado, con los incentivos propios que derivan del funcionamiento de mercados competitivos, o si debe ser el resultado de un enfoque digitado desde agencias estatales.
En el mundo ha habido experiencias de ambos tipos, con resultados disímiles. En el caso de los países asiáticos, hay experiencias como las de Corea del Sur, que a comienzos de los 70 privilegió políticas industriales selectivas -que posteriormente abandonó-, y también Hong Kong, que optó por una variable de libre mercado. Más allá del debate académico, lo interesante de destacar es que en ambos casos hubo un denominador común: una población con un buen nivel de educación y una fuerza de trabajo bien capacitada y con flexibilidad para ir adaptándose a condiciones cambiantes. Y es precisamente en estas materias donde está el principal talón de Aquiles de la economía chilena, y donde el debate ha tenido una mayor carga ideológica.
El modelo de desarrollo chileno no se ha agotado. Para lograr una diversificación productiva que sea sostenible, mucho más importantes que cualquier programa público serán los esfuerzos para poder contar con una fuerza de trabajo con mejor educación y capacitada para desenvolverse en condiciones cambiantes. Esto, en un contexto en que los mercados puedan ser “desafiados” por nuevos actores y en que la competencia sea el principal motor para introducir productos y modelos de negocios más innovadores.
En esta tarea hay espacio para todos los actores, y el Estado también tiene un importante rol generando las condiciones adecuadas para emprender e innovar, y actuando como articulador de alianzas público-privadas cuando haya problemas de coordinación.