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Joaquin Aguirre Gerente de Estrategia de Tanner
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S&P nos tiró las orejas. Pasamos de estar en el privilegiado sitial de los AA (AA-), que la clasificadora S&P define como un deudor con una “fuerte capacidad de pago” a los A (A+), definido de la misma manera, pero “más susceptible a efectos adversos por cambios en las circunstancias y condiciones económicas”. ¿Hay un cambio sustancial en nuestra capacidad de pago? No todavía, pues seguimos ostentando una nota privilegiada.
Para que tenga una idea de posicionamiento, nos encontramos a 4 alzas de tener la misma clasificación de Alemania y Noruega (AAA), la nota máxima, y tenemos la misma clasificación que Japón e Irlanda. Nos faltan 4 rebajas para llegar a Perú (BBB+), 7 para Brasil (BB), 10 para Argentina (B), 11 para Zambia (B-), 13 para El Salvador (CCC) y 16 rebajas para llegar a la insolvencia (D) o a Mozambique. De acuerdo a S&P, en el período 1975-2014, aproximadamente un 2% de los países con nuestra clasificación actual entraron en insolvencia durante un período de 10 años.
Ni siquiera el mercado nos castigó. Tras el comunicado, nuestra moneda incluso se apreció (por otras razones), el IPSA rompe sus propios récords, y las primas de seguros de insolvencia (CDS) apenas se movieron. Esto refleja que la rebaja de la calificación en la zona de los AA o incluso los A, no representa un cambio significativo en la capacidad de pago. Chile todavía se encuentra en la zona media-alta de los Grado de Inversión, sitial que nos ganamos con años de disciplina fiscal y crecimiento económico.
El problema sería más grave si estuviéramos bordeando la zona que separa al Grado de Inversión del Grado Especulativo. Aquí los inversionistas institucionales, por mandato, reducen el financiamiento, como ocurrió con Brasil tras el deterioro de las cuentas fiscales que hoy día lo tienen sumergido.
Sin embargo, aunque el camino al Grado Especulativo es uno largo desde nuestro sitial, es posible llegar. Le informo que Venezuela era A- en 1982. Basta con que olvidemos nuestra regla fiscal, amenacemos la independencia de nuestro Banco Central, deformemos nuestra Constitución, aumentemos desproporcionadamente el tamaño del Estado, y espantemos a los inversionistas con una retórica descuidada que comprometa nuestro crecimiento.
Y aunque las clasificadoras no lo expliciten, el ciclo político es gravitante. Nuestra solvencia depende de nuestra recaudación; y para recaudar se necesita una tasa impositiva y una base sobre la cual cargar los impuestos. Un error garrafal fue pensar que ambas variables son independientes. Aquí el tamaño de la torta sí depende del tamaño de la espátula, y creo que afortunadamente estamos ad portas de un ciclo político más consciente y sensible con la necesidad de crecer para financiar nuestros compromisos. Esa sensibilidad hasta ahora nos había protegido de las rebajas crediticias.
Finalmente, será imposible ser solventes si no somos productivos. No podemos exigir el nivel de gasto público per cápita de Alemania si tenemos una productividad menor que la de Turquía. Nuestra solvencia y elevada clasificación de riesgo descansan en que la torta crezca.