Señor Director:
En su comentario “Cristi y Guzmán”, Gonzalo Rojas me acusa de falta de rigurosidad intelectual por no consultar con él acerca de la autoría efectiva de los editoriales anónimos publicados en la revista Realidad. No lo hice porque Rojas no perteneció al comité editorial de esa revista. En enero de 1992, hice la consulta a Ernesto Illanes, ex-director de Realidad, quien tuvo la gentileza de indicarme los editoriales redactados por Guzmán. Tengo del 11 de mayo de 1992, de Patricio Dussaillant, director de la Fundación Jaime Guzmán, que confirma lo que me señaló Illanes. El editorial en cuestión aparece, por supuesto, en la lista de editoriales redactados por Guzmán facilitada por Illanes.
Rojas me dirige tres objeciones. En primer lugar, no cita el texto completo de lo afirmado por Guzmán, quien indica que el Estado debe estimular la iniciativa privada con el fin que “el ejercicio directo de la tarea universitaria [sea] asumido en mayor volumen por la actividad particular.” Y luego reconoce que el objetivo último de la reforma de 1981 es “la gradual desestatización de nuestra estructura universitaria.” Que 6 de la 8 universidades existentes a la fecha hayan sido privadas no significa afirmar que todas hayan estado sometidas a la lógica del mercado, como me imputa Rojas. Todas ellas, sin excepción, estaban básicamente financiadas por el Estado, y escapaban así a la lógica del mercado.
Segundo, cuando afirmo que Guzmán rompe con la doctrina social de la Iglesia lo hago por su énfasis exagerado en el principio de subsidiariedad en desmedro del principio de solidaridad. Y ello por su condena al estatismo. En 1969, en un artículo para Portada, Guzmán observa con horror que “el Estado ha ido invadiendo y controlando progresivamente los más variados campos de la actividad nacional.” Ya en esa época Guzman piensa que la solución es el papel subsidiario estatal, que “recoge su savia” de una “honda raíz filosófica.” Guzmán describe esa raíz: “El hombre goza de una prioridad ontológica y de finalidad respecto de la sociedad. De ello se deriva que el Estado es un instrumento que debe estar al servicio del hombre, y no al revés. Ya que, mientras el hombre -ser substancial- tiene un destino eterno, el Estado -ser relacional- agota su existencia perecedera dentro del tiempo.” Esta extraordinaria afirmación filosófica, que Guzmán incluye y amplía en la Declaración de Principios de la Junta de Gobierno, presenta al Estado como un mero instrumento para los fines del individuo, y como un puro ser relacional afecto a la contingencia. Al negar la necesidad ontológica del Estado, Guzmán socava el principio de solidaridad y reduce el bien común a una mera convergencia de bienes particulares. El principio de solidaridad no puede actualizarse y realizarse si al Estado se le asigna un papel puramente instrumental y contingente. La ontología social de Guzmán ensambla bien con el anti-estatismo de Hayek que niega la noción de bien común y reduce al Estado a la suma contractual de individuos.
Finalmente, el hecho que las 8 universidades tradicionales hayan sido financiadas básicamente por el Estado permitió una educación superior casi gratuita y sin la marcada segmentación social anti-republicana que existe hoy. Hay que notar que en 1967 el gobierno de Eduardo Frei impulsó una reforma universitaria para profundizar la democracia en la educación superior, reforma que Guzmán buscaría refutar intelectualmente en su Memoria de Prueba Teoría sobre la Universidad de 1970.
Renato Cristi