La “conversión afectiva”, plus necesario en la “conversión religiosa”
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Sentados en una sala de la Casa San Miguel ubicada en San Joaquín -parte del Centro Interprovincial de Formación San Pedro Fabro de los padre jesuitas-, donde habitan los jóvenes futuros sacerdotes que se preparan en teología, la conversación fluye ligera y amenísima con este padre que enseñó latín y griego al joven seminarista Jorge Mario Bergoglio y con quien más tarde compartió diez años en el Colegio Máximo de Buenos Aires. Seis cuando Bergoglio era el provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, cuatro cuando era rector de dicho Colegio. Van apareciendo así una cantidad de recuerdos, como su cercanía con el actual Papa cuando éste fuera maestro de novicios, que movía a nuestro entrevistado, por la madurez y preparación de dicho maestro, a pedir su consejo espiritual, a pesar de la diferencia de edad. O el impulso que él mismo le dió como superior de aquella casa para que participase en el célebre Encuentro de El Escorial, al que le invitaron en cuanto representante de una línea de teología sudamericana crítica a la hermeneútica marxista, representativa de lo que luego se llamaría "Teología del Pueblo", por la que el Papa Francisco ha manifestado su interés y simpatía, circunstancia aquella que hizo conocido internacionalmente al Padre Scannone.
Una prueba actual de esta consonancia, que atraviesa los años, la vemos en el hecho de que uno de los autores que el Papa cita en su encíclica Laudato si' es justamente a Juan Carlos Scannone, a quien asimismo pidió consagrara un tiempo de su avanzada vida a la revista La Civiltà Cattolica, tenida generalmente como órgano oficioso de la Santa Sede.
Habiendo corrido la conversación sin control del reloj muchos espacios y tiempos interesantísimos de la historia argentina que, cuando jóvenes, les tocó vivir juntos a los padres Scannone y Bergoglio, nos abocamos a ciertos temas que explicó y discutió con un auditorio lleno de profesores y alumnos en la Facultad de Filosofía de la PUC durante su reciente visita a Santiago.
- Lo primero sería que nos hable sobre la "conversión afectiva", un tema que usted ha tratado y del que se ha tratado también en su entorno... ¿Podría decirnos cómo entiende usted esa "conversión"? Y asimismo, ¿qué ve en ella como paso positivo en orden a superar cierta rémora ideológica, que facilmente permanece pegada en el espíritu, y de la cual la "conversión afectiva" puede liberar?
- Yo he trabajado mucho a Bernard Lonergan (sacerdote jesuita canadiense). Hace algunos años dediqué un tiempo a ayudar a un profesor quien me dio su libro Insight, la primera obra de Lonergan que trata sobre el entendimiento humano. Tuve que realizar una reseña de la obra y ahí comencé a interesarme por él. Más tarde Lonergan saca un libro que se llama Method in Teology, donde habla de tres tipos de conversión: la conversión intelectual, la conversión moral y la conversión religiosa. La primera fase del método que propone empieza con el estudio más científico de las Sagradas Escrituras y de los padres de la Iglesia y termina, luego, en la fase pastoral. Existirían cuatro operaciones intencionales que realiza el sujeto: De la experiencia insight, es decir, de la captación del sentido; se sigue la verdad, por la razón; y luego las operaciones de opción y decisión. Cuando se llega al ámbito de la decisión, viene la conversión, la conversión intelectual, moral y religiosa.
Luego, Lonergan, ya más anciano, se da cuenta que la conversión religiosa no basta por sí sola, y entonces el habla de la conversión intelectual, la conversión ética y la conversión afectiva, sin la cual la conversión moral o no se hace o no dura.
- ¿Es en este punto, lo afectivo, dónde se vincula la conversión verdadera con el despegue de lo ideológico?
- Lonergan dice que después de los maestros de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche) no se puede pensar que el científico está liberado subjetivamente. Marx diría que no se puede estar libre de ideologías, Freud de racionalizaciones y Nietzsche de la voluntad de poder disfrazada. Yo veo que esto se corresponde con algo que dice San Ignacio de Loyola: para encontrar la voluntad de Dios necesitamos estar libres de afecciones o afectos desordenados.
La conversión afectiva tendría tres momentos: el primero de ellos es familiar, dentro de mi vida de familia no soy egoísta sino que pienso y busco que mi esposo, hijos, padres, hermanos, estén contentos. El segundo momento es civil, cuando yo busco el bien, empezando con mis conciudadanos y, en último término, de todo hombre y mujer. El tercer paso es, propiamente, la conversión religiosa. Respecto a la conversión religiosa Lonergan utiliza el término de Hegel aufheben, pero en el sentido utilizado por Karl Rahner(1) , esto es, conservar, quitar y elevar algo al mismo tiempo, donde lo positivo, lo negativo y lo elevativo se dan al mismo tiempo. Entre las conversiones pasaría lo mismo: la afectiva supone y eleva la conversión ética, a su vez la civil supone y eleva la familiar y la religiosa supone y eleva todo lo demás. La máxima es el estado dinámico de estar enamorado, esto es, el amor familiar, el amor civil y el amor de Dios. Esto es, el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Pareciera que es un camino de subida que nos eleva a Dios, pero en realidad es un camino de bajada pues comienza con el amor de Dios hacia nosotros. Esta conversión afectiva es lo que me libra de la ideologización.
Aristóteles ya lo decía, siendo pagano, en la Ética a Nicómaco, que en cuestiones prácticas, sobre todo de ética y política, yo sólo encuentro la verdad práctica si tengo apetito recto. Si el apetito no es recto (es decir, si no es desinteresado), me equivoco. Aquí se juega mucho lo ético y lo político.
- El concepto "ideología" es un concepto que se utiliza de forma muy variopinta, de pronto para referirse a conjuntos de ideas como la ideología marxista, y de pronto para rechazarla como un bloque insano, como un reductivismo. ¿Que está entendiendo usted por ideología cuando aborda este tema de la conversión?
- Aquí se está utilizando el concepto marxista de ideología, pero no reducido sólo a intereses de clases. San Ignacio dice que se debe renunciar al propio amor, querer e interés; coincidiendo con los tres maestros de la duda (al propio amor, Freud; al querer, Nietzsche; al interés, Marx). Lo único, sí, es que Marx lo reduce a intereses de clase, Freud a la líbido y Nietzsche a la voluntad de poder. De alguna manera es el momento no desinteresado del amor, no de benevolencia, sino de la concupiscencia. Las pasiones de deseo son buenas, lo malo es cuando se desregulan y desordenan.
-Ahora bien, ¿ve usted una relación entre este tema de los ideológico como una rémora y cierta confusión y explotación mediática de la misma, que se ha producido en torno a a los temas que plantea la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, del Papa Francisco?
-Ahí estamos en el ámbito ético. En ese plano, para hacer un verdadero discernimiento, se necesita de una conversión afectiva. No sólo de la persona que lo hace sino también del acompañamiento eclesial que recibe. Tanto en lo ético como en lo político, yo me equivoco. Lonergan dice que en teología, en filosofía y en todas las ciencias humanas que tienen algo de hermenéutica (incluso la economía), entran ideologías. Éstas necesitan del apetito recto y nunca se está seguro de que se lo tiene. A Santa Juana de Arco se le pregunta: "¿Tú estás en gracia de Dios?" Y ella responde: "si estoy, Dios me conserve; si no estoy, Dios me ponga", porque nunca se puede estar seguro al ciento por ciento de que se está en estado de gracia. Esto, dado que existe el autoengaño. Paul Ricoeur dice que existe la ilusión, la cual no es ni mentira ni tampoco error. En el caso de la mentira, se conoce la verdad y se miente; en el caso del error hay una equivocación. Pero en la ilusión se da una especie de mala fe, de autoengaño. Los maestros de la sospecha van a esto. La ilusión es un autoengaño bajo la forma de bien, se puede realizar un mal convencido de que es está obrando correctamente dado que se está bajo una racionalización o una ideología. Por ejemplo, en Argentina tuvimos a Jorge Rafael Videla; Videla comulgaba con frecuencia y, aunque sólo Dios puede juzgar su conciencia, uno desde el exterior puede llegar a pensar que había una ideología, una racionalización que lo llevaba a creer que lo que hacía, lo hacía por la civilización cristiana occidental contra el comunismo, a pesar de tantas muertes y desapariciones. Aquí puede haber existido un mecanismo de autoengaño. El caso de Emilio Massera, en cambio, es distinto, pues ahí uno veía clarísimo que lo que hacía lo hacía por el poder.
- Cambiando un poco de tema... Methol Ferré, amigo cercano del arzobispo Bergoglio, se lamentó de que la corriente de la Teología de la Liberación de inspiración no marxista hubiese perdido su impulso cesada la Guerra Fría. ¿Usted coincide con ese diagnóstico? ¿Qué hubiera esperado de positivo de esta Teología de la Liberación en este actual momento?
- Yo pienso que no, que no ha cesado, más bien se pasó a otros temas como la reivindicación de la mujer, la ecoteología, etc. Yo era muy amigo de Methol Ferré, no obstante siempre dialogué con ambos lados de la corriente de la Teología de la Liberación. En un momento Vigó presentó el tema del discernimiento para referirse a esto; si se hubiera hecho, hubiera cambiado la historia de la Iglesia de América Latina.
-¿Por qué?
-Porque se hubiera generado una mutua reconciliación y las cosas se hubiesen visto de manera no ideológica. Se deben hacer ciertas distinciones: Una cosa es tomar el análisis marxista como científico y separable de la filosofía marxista como proponía Assmann, y otra cosa es tomar algunos elementos del marxismo desde otro horizonte de compresión, como hizo Gustavo Gutiérrez. La crítica a las ideologías, la opción preferente por los más pobres o el hecho de que hay clases sociales, son elementos del marxismo que son positivos. Por lo tanto, deben hacerse distinciones y matizar, si se absolutiza diciendo que todo está bien o que todo está mal, entonces se entra en el ámbito ideológico.
Entrevista realizada por JAIME ANTÚNEZ* y SOFÍA BRAHM**