Superhéroes morales
Axel Kaiser Director Ejecutivo Fundación Para el Progreso
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Axel Kaiser
En Chile, el debate público, sereno y racional ha muerto. Todo lo que importa hoy en día es la pose moralista, es decir, la competencia que realizan opinólogos, políticos, periodistas y otros por incrementar su estatus moral frente al público. Los americanos llaman a este fenómeno, “virtue signaling”.
Un estudio publicado el año pasado por Jeffrey Green y otros académicos mostró que las expresiones públicas de indignación moral son nada más que una táctica para promoverse a sí mismo y convencerse de la propia superioridad moral sobre los demás mediante la explotación de emociones negativas. Se trata, en otras palabras, de ponerse el traje de superhéroe moral. Y hoy casi todos juegan a ser superhéroes morales, ya sea mostrando indignación, explotando una supuesta condición de victima o lanzándose a la caza de villanos que serían moralmente inferiores por pensar diferente o desviarse de la corrección política dominante.
En política pocos han llevado esto a una práctica más refinada que Joaquín Lavín. Primero fue el absurdo del piropo del vendedor ambulante. Ahora el truco montado con las viviendas sociales. Nadie en su sano juicio puede creer, como han dicho analistas incluso de izquierda, que lo de Lavín apunta a una solución real. Pero a Lavín por último se le puede entender, después de todo, la política consiste en el arte del engaño.
Son todos esos comentaristas, columnistas y chilenos que, sin asumir el costo de la medida, sin saber nada de urbanismo y sin meter un minuto sus cabezas en consideraciones económicas, salen a aplaudirlo —mientras tratan de clasistas a los vecinos que se oponen—, a quienes bien puede incorporarse al grupo de hipócritas que juegan a ser superhéroes morales. Peor aun se comporta la prensa. Rápidamente hizo de este tema, como ya es costumbre, una cruzada por el “virtue signaling”, donde los buenos son los que supuestamente están con “la inclusión” y los malos el resto, como si declaraciones grandilocuentes de buenas intenciones bastaran para demostrar moralidad.
Y es que nuestro debate se ha reducido a esto: si algo se siente bien, es porque debe estar bien; y se siente mal, pues debe estar mal. Se trata de una cultura del “conmocionismo” y del escándalo, alimentada por ese vertedero humano que son las redes sociales, donde las peores emociones de nuestra especie encuentran voz y donde la ignorancia, e incluso la idiotez, dictan la agenda.
A lo anterior se suman la mediocridad intelectual y el sesgo ideológico de muchos periodistas que buscan vender o promover una agenda política, incluso distorsionando los hechos si es necesario, sin importarles el costo que asumen las personas del otro lado. Ni hablar de medios como El Dínamo, El Desconcierto, las desviaciones de El Mostrador y otros, convertidos en vergonzosas plataformas de ataque alineadas con la causa política de izquierda.
Es cosa de ver cómo algunos de ellos se lanzaron sobre Lucy Avilés, una de las pocas personas que sí podría considerarse un auténtico referente moral en Chile, para entender la bajeza a la que se puede caer en nuestro país. Por desgracia, en una cultura mediática que ha abandonado la lógica y la evidencia, donde todo lo que cuenta es cómo se sienten las cosas que se dicen, seguirán proliferando los superhéroes morales; y esa cuestión incómoda, trabajosa y muchas veces dolorosa que es la verdad, se seguirá enterrando con todo lo que ello implica para nuestra convivencia, cada vez más fracturada y polarizada.