Mediar

Por: | Publicado: Viernes 14 de enero de 2011 a las 05:00 hrs.
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El de mediador es oficio que presupone sabiduría, autoridad, credibilidad, prudencia, paciencia y generosa disponibilidad. La sola palabra, mediar, entendida como interponerse entre dos o más que riñen o contienden, procurando reconciliarlos y unirlos en amistad, da cuenta del elevado contenido ético de una mediación. Su necesidad y valor se confirman al ahondar en sus antónimos: desentenderse, desinteresarse, abstenerse, criticar. Suscitado un conflicto, con su enorme carga pasional y su costo político o patrimonial, nada más fácil que sumarse a la masa que opina y dispara desde la galería, divirtiéndose con vana retórica o apostando a reportar ventaja del agotamiento de los protagonistas. Costumbre inveterada en la que ya fueron maestros los cultos atenienses que conoció el apóstol Pablo: todos los que allí residían, en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir o escuchar la última novedad (Hechos 17, 21).

El mediador renuncia a ser mero espectador o aprovechador del conflicto: se involucra en su pacífica resolución. Su oficio se sitúa en la autodescripción de Cristo: no he venido a juzgar o condenar, sino a servir y salvar. Asume conscientemente los riesgos inherentes a toda mediación. Ha puesto en juego su autoridad, sabe que la virulencia de los intereses afectados le expondrá a la contaminación, manipulación, sospecha de parcialidad o ingenuidad. Es improbable que la solución de consenso, de haberla, deje satisfechos a todos por igual. Y su trabajo será, en esencia, gratuito. Es costumbre que la gloria y el crédito de haber superado el conflicto se los lleven precisamente aquellos que lo generaron. La figura del mediador, facilitador, constructor de puentes tiende a desvanecerse en el piadoso olvido. Y tal vez sea mejor que así sea. Allí termina de perfeccionarse la comparación con lo que Cristo hacía y mandó hacer: derribar los muros, recomponer la fraternidad y seguir su camino, sin apetecer la gloria de este mundo.

Entre nosotros es ya casi un axioma que al estallar un conflicto socialmente relevante se recurra a la Iglesia como mediadora. Chile sabe que la pesadilla de una guerra inminente fue aventada gracias a la sabia mediación de la Iglesia, en su máxima autoridad. La voz y la acción de la Iglesia local fueron determinantes en el apaciguamiento de las tensiones y odiosidades político-sociales de las últimas décadas. Apagado el incendio, nadie se acuerda de los bomberos. Hasta el próximo incendio. En el intertanto se les criticará porque llegaron un poco tarde o destrozaron más de lo necesario. No se les tomará en cuenta si piden algún beneficio indispensable para realizar mejor su tarea. Los bomberos lo saben y continúan haciendo su oficio, gratuitamente. Me alegra vivir en un país y ser parte de una Iglesia a la que el país siempre recurre cuando necesita una mediación confiable y eficaz.

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