De viaje por la Nigeria actual

En los Estados del Norte cada semana se alarga la lista de las víctimas de los atentados cometidos por la secta Boko Haram que, desde hace algunos meses, ha decidido golpear en las misas dominicales o durante la oración musulmana del viernes.

Por: | Publicado: Viernes 18 de mayo de 2012 a las 05:00 hrs.
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Por Roberto Simona *



 El 2015 podría ser el año de la desintegración de Nigeria si no se lucha contra la corrupción de las fuerzas dirigentes del país. Esta tesis, que planteaba en 2005 el US National Intelligence Council Report on Sub-Saharan Africa, es interesante también para el análisis que se puede trazar de la actual situación de los cristianos en Nigeria, el país más poblado de África (160 millones de habitantes, divididos en partes iguales entre cristianos y musulmanes, con el 10 % de animistas) hoy, que llama la atención de los medios de comunicación occidentales a causa de la violencia de los ataques contra civiles inocentes que lleva a cabo la secta Boko Haram.

El país está netamente dividido entre Norte y Sur. Los Estados del Sur están compuestos por los territorios situados en el sur de la capital, Abuja: aquí se respira una relativa tranquilidad, pero la crisis económica ha caído de modo devastador. En los Estados del Norte, en cambio, la población vive diariamente con el miedo de ataques a las propias aldeas y barrios. En esta parte del país cada semana se alarga la lista de las víctimas de los atentados cometidos por la secta Boko Haram que, desde hace algunos meses, ha decidido golpear en las misas dominicales o durante la oración musulmana del viernes. Entre las dos partes del país reina una indiferencia notable: «El Sur quizás tomará nota del drama de la persecución religiosa que se está llevando a cabo en el Norte cuando afluirán a sus áreas millones de prófugos» confía un sacerdote anglicano de Enugu, que huyó de Funtua, en el Estado de Kaduna. Según él, la acción contra su comunidad cristiana compuesta por 500 personas se efectuó al son de recompensas: 20.000 nairas por la vida de un pastor, 5.000 por un simple cristiano y 1.000 nairas, equivalentes aproximadamente a 5 euros (el salario diario de un funcionario de Estado) por participar en el ataque contra la comunidad anglicana.

Hoy el comercio y los intercambios Norte-Sur ya no son prósperos como en el pasado, a causa de los frecuentes atentados en el Norte y de los controles que impone el ejército en los numerosos puestos de control que tienen un efecto disuasivo. En muchas ciudades se ha tenido que imponer el toque de queda: en Madalla, en el Estado de Níger, en Jos, en el Estado de Plateau, o en Kano. En el último período, estas localidades se han convertido en lugares de persecución de los cristianos. El Norte y el centro de Nigeria cuentan, en conjunto, con tantos cristianos y animistas como musulmanes; pero algunos líderes musulmanes hacen todo lo posible para que el Norte sea únicamente dar al-Islam, y querrían ver como se convierten en musulmanes Estados como el de Plateau, hoy todavía de mayoría cristiana. Gracias a sus actividades comerciales, Jos, capital de Plateau, gobernada desde siempre por un cristiano, ha atraído a nigerianos de todas las etnias. Es la sede histórica de importantes centros cristianos como el Northern Theological College, el Evangelical Western African College o el Saint Augustin Major Seminar. Por esto, Jos está orgullosa de su lema Maison de Paix et du Tourisme, que figura en las matrículas de los coches.

El rechazo de la herencia y la influencia de lo que se etiqueta como occidental, que inicialmente se refiere especialmente a la educación, ya estaba presente en los primeros años de la independencia, cuando los hospitales y las escuelas fundadas y gestionadas por los cristianos fueron nacionalizados. La secta Boko Haram, cuyo significado es «la educación occidental es pecado», retoma y relanza este antioccidentalismo. En los Estados del Norte para un cristiano es difícil acceder a la educación, controlada por los dirigentes musulmanes, hasta tal punto que con frecuencia es preciso islamizar el propio nombre para poderse matricular en la universidad.

En el Estado de Níger una de las últimas hermanas misioneras europeas llegadas a Nigeria hace más de 44 años da testimonio de la decadencia de un país que, aunque cuenta con todos los factores económicos y los recursos humanos necesarios, no ha sido capaz de prosperar y, en cambio, ha disipado todo lo que los misioneros habían construido a lo largo de los años con valentía y generosidad. Durante los años de la dictatura militar, la Iglesia tuvo que callar para evitar que el martirio de algunos que osaron rebelarse a una política de islamización agravase la persecución de los cristianos. La Iglesia ha visto como se le confiscaban sus bienes y ha tenido que aceptar que sus misioneros se marcharan. Sólo a partir de los años ’90 la Iglesia, aprovechando un clima de apertura y democratización, empieza a reivindicar la restitución de sus propiedades. Pero, según la misionera, el mal sufrido es irreversible, porque no se ha podido transmitir la destreza de los misioneros y las inversiones necesarias hoy son demasiado gravosas. Las escuelas, las bibliotecas y los hospitales que logran retomar su actividad difícilmente aguantan la competencia de las instituciones musulmanas sostenidas por los petrodólares de Arabia Saudita. La islamización del país se percibe cada vez más de parte cristiana: la adhesión del país a la Organización de la cooperación islámica, la instauración de la sharía, la apertura de nuevos bancos islámicos o los textos en caracteres árabes en los billetes de la moneda local son signos tangibles de ello.

Sin embargo, la parte musulmana no admite la existencia de un plan de islamización del país: los heridos y los muertos que provocan los atentados se atribuyen a Boko Haram. Los cristianos protestantes del Norte parece que comparten cada vez menos esta interpretación de los acontecimientos: para sus líderes, Boko Haram forma parte de un programa de conquista orquestado por algunos jefes y políticos musulmanes, una estrategia que tiene como objetivo disminuir fuertemente el número de cristianos en el Norte y acelerar el proceso de división entre comunidades cristianas y musulmanas. El 11 de marzo fuimos testigos de otro atentado suicida en Jos, en la iglesia católica de Saint Finnbarr, que provocó 10 muertos. El comunicado del portavoz de Boko Haram que decía: «hemos atacado simplemente porque era una iglesia», dice mucho de los objetivos de esta organización terrorista.

La posición de los obispos católicos es menos neta: rechazan la lógica de la lucha militante y religiosa y para ellos el punto crucial no es reivindicar posiciones de una religión sobre la otra, sino asegurar el Estado de derecho y la legitimidad constitucional en el país. Es decir, reforzar la unidad nacional a partir de los sufrimientos que afectan a toda la población, aterrorizada por la violencia que se está adueñando del país. El atentado a la iglesia católica de Santa Teresa en Madalla, por ejemplo, destruida durante las pasadas Navidades por un coche bomba, movilizó inmediatamente a las autoridades federales y religiosas musulmanas, que ofrecieron consuelo a los cristianos y condenaron el ataque. En Madalla también murieron o resultaron heridos numerosos musulmanes y hoy muchos jóvenes musulmanes se reúnen para garantizar la seguridad durante la misa del domingo. Aquí dos jóvenes sacerdotes han puesto en marcha un proyecto que tiene por objetivo alentar a aquellos que escaparon del infierno del atentado a regresar al país, para demostrar que el deseo de vivir juntos puede vencer contra la violencia.

Además, para el obispo de la diócesis de Minna, la conflictividad actual no se puede explicar como debida a un móvil religioso, sino que tiene su origen en el eterno intento del mal de prevaricar sobre el bien.

Muchas tensiones están relacionadas con la propiedad de las tierras: un caso, por ejemplo, es el de la apropiación de las tierras de los Igbos, de mayoría cristiana, por parte de los Hausa-fulani, un grupo étnico de mayoría musulmana. Hay que considerar, en efecto, que en este país la tierra tiene un valor casi religioso, a parte del hecho que garantiza al ciudadano el derecho de voto, que está vinculado al lugar de nacimiento. Aunque se traslade a otro Estado y compre allí una parcela de tierra, el nigeriano puede ejercer su derecho de voto solamente en su lugar de nacimiento. Actualmente, los musulmanes que se han trasladado hacia el centro del país contestan esta tradición: paradójicamente conservan su derecho de voto en el Estado del Norte del cual provienen y, sin embargo, se oponen al derecho de voto para los cristianos que se han establecido allí. Ver las aldeas abandonadas como consecuencia del ataque de los grupos terroristas es desolador. Pero hay que poner de relieve que el apego a la tierra al final alienta a los campesinos cristianos a volver sobre sus pasos. Por otra parte, los ataques contra los cristianos y las represalias que se ejercen sobre los musulmanes han fragmentado las ciudades: mientras que antes el mercado del barrio servía a toda la población, hoy cada comunidad religiosa tiene su propio mercado. El odio y el rencor están constantemente presentes y se corre el riesgo de que en cualquier momento degeneren en enfrentamientos. La visita a Asaba, en el Sur de Nigeria, y a los cementerios donde están enterrados numerosos misioneros obliga a reflexionar sobre el significado de su misión en Nigeria. La mayoría de ellos no superó los veinticinco años a causa de la malaria. Su lema era «embrace the cross and move on». Un lema que conserva toda su actualidad en un contexto en el cual ya no es la malaria lo que mata.

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