Si alguien pensaba que tras la derrota en las últimas elecciones el presidente Obama se quedaría de brazos cruzados, se equivocó. Tras perder la mayoría en ambas cámaras muchos analistas le recomendaron buscar acercamientos con los republicanos, o de lo contrario arriesgaba convertirse en un "pato cojo", un presidente incapaz de fijar la agenda legislativa.
Pero Obama escogió el camino opuesto y el jueves dio un drástico giro a la política migratoria anunciando que usará su poder ejecutivo para evitar la deportación de 5 millones de trabajadores ilegales. La medida no sólo fue rechazada por los republicanos, sino que varios demócratas sintieron que pasó a llevar la autoridad del Congreso. La pugna se suma a la derrota que en la misma semana sufrió la oposición con el gasoducto de Keystone.
Así, la apuesta por la política de consensos se aleja y vuelven a escucharse amenazas de un posible cierre de gobierno, como se denomina cuando el congreso bloquea las partidas presupuestarias del Ejecutivo, el arma más efectiva de los republicanos contra el mandatario.
En momentos en que la economía comenzaba a dar señales de recuperación, la batalla no podría haber sido más inoportuna.