Revuelo causaron hace un par de meses las declaraciones del presidente del directorio de la Bolsa de Comercio, quien consultado sobre los efectos bursátiles de un escenario electoral en que no se impusiera el candidato de centroderecha, dijo que era previsible un colapso en el mercado. El tema fue especialmente polémico por el crispado clima eleccionario, no obstante lo cual el grueso de los economistas coincidió con su diagnóstico y, al final, la misma Superintendencia de Valores y Seguros concluyó que el presidente de la bolsa no transgredió las leyes con sus declaraciones, las que calificó como legítimamente emitidas a título personal.
Despejada esa polémica, y aceptando que incluso a nivel de los pares del presidente de la bolsa hay matices de opinión sobre la prudencia de las declaraciones, el comportamiento del mercado tras la primera vuelta electoral no ha hecho más que confirmar el acertado diagnóstico de quien encabeza la principal plaza bursátil del país. Y lo ha hecho porque sería torpe y de bajo nivel técnico sostener que los precios de los activos no incorporan cuestiones cualitativas como la expectativa de que las directrices políticas y económicas sean favorables o adversas al crecimiento de la inversión y la actividad privada.
La ambigüedad programática y las declaraciones hostiles a la actividad privada no hacen otra cosa que, por lo bajo, refrenar la toma de decisiones, cuestión que inevitablemente está teniendo expresión instantánea en el mercado financiero, luego de lo cual, muy probablemente, terminará contagiando a la economía real, en materia de decisiones concretas de inversión, sobre todo en las áreas que se sientan más amagadas.