Una sustantiva baja en su importancia relativa dentro del PIB ha experimentado en los últimos cuarenta años el sector industrial. De acuerdo con un estudio elaborado para la Asociación de Industrias Metalúrgicas y Metalmecánicas, mientras en los años 70 el sector manufacturero representaba del orden del 17% del Producto Interno Bruto, en la actualidad su participación supera levemente el 10%.
El informe constató que la situación es aún más profunda en el caso del sector metalúrgico y metalmecánico, el cual hoy representa sólo un 2,4% del PIB, en circunstancias que en naciones desarrolladas alcanza hasta 15% y que en economías vecinas está entre 3% y 5%.
Detrás de este fenómeno hay, sin duda, diversas explicaciones, entre las cuales tienen un rol relevante lo pequeño del mercado interno, la distancia del país de los principales centros de consumo, la evolución que ha tenido el tipo de cambio, la falta de un “ambiente” industrial, y el ciclo económico que ha permitido tener una mejor performance en el país a las empresas del sector servicios, sobre las compañías industriales.
Desde el sector industrial, el cuadro descrito es visto como alarmante, en la medida que el sector ha sido víctima de una excepcionalmente complicada situación de costos energéticos, los que, dicho de paso, golpean transversalmente a todos los sectores productivos.
Es este último punto el que más nítidamente invita a la reflexión. Una reflexión que no pasa por preguntarse si el sector industrial debe recibir tratamientos preferenciales, lo cual no hace sentido económico, sino que hasta dónde la anomalía energética está teniendo consecuencias imprevisibles a largo plazo.