El destacado columnista de Financial Times, Martin Wolf, en entrevista publicada en estas páginas acaba de realizar una afirmación que a muchos resultará incómoda. Rememorando una reciente visita al país hace cosa de dos años se sintió algo sorprendido con el clima reinante, ya que a su juicio “el optimismo porque Chile se convirtiera en país desarrollado era algo excesivo”.
La incisiva afirmación no deja indiferente, sobre todo porque Wolf relaciona esta percepción con la escasa diversificación productiva y de matriz exportadora en el país, cuestión especialmente sensible en estos meses en que se ha hecho sentir con fuerza la baja en el precio del cobre.
Se podrá contra argumentar que el juicio es severo, que no considera que el país desde hace años forma parte del esclusivo club de las naciones OCDE, que por indicadores e instituciones Chile no pecaba de “optimismo” al considerarse virtualmente desarrollado.
Sin embargo, el tiempo ha probado que el desarrollo poco y nada tiene que ver con un ingreso per cápita promedio y sí, mucho más, con indicadores de desarrollo humano, acumulación de capital educacional y social, infraestructura y unas bases económicas mejor asentadas y capaces de sobrellevar los naturales ciclos de actividad sin que los contratiempos signifiquen retroceder todo lo que se avanzó.
Es en ese sentido, así como a la luz de los débiles indicadores de productividad, competitividad y de la baja prioridad que aún se da a la innovación, la investigación y el desarrollo, que las palabras de Wolf deben obrar como un llamado de atención que se debe atender.