Tal como esperaba el mercado, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, designó al mando de la cartera de Hacienda a Joaquim Levy, un economista ortodoxo. El sentido de la elección es claro: devolver la confianza a los empresarios en que el gobierno retornará a la disciplina fiscal y con eso, traer de regreso la inversión y el crecimiento.
Sin embargo, la sensación entre los observadores es que todavía habrá que esperar para ver. Por una parte, Rousseff es conocida por su fuerte injerencia en la política económica. Bien lo supo el saliente ministro de Hacienda, Guido Mantega. Incluso respecto del presidente del Banco Central, Alexandre Tombini, la mandataria señaló recientemente que un funcionario designado no puede tomar decisiones importantes como la tasa de interés con independencia de un gobernante electo.
La segunda pregunta, y probablemente la más importante, es que el efecto restrictivo del ajuste, en un primer momento, al menos, probablemente superará el impacto positivo que tendrá una mejora en las expectativas. Y a medida que el recorte del gasto hunda aún más el ya estancado crecimiento, Rousseff tendrá que realizar un gran esfuerzo de voluntad para no cambiar el rumbo.