Reacciones encontradas provocó el anuncio de los detalles del proyecto de reforma laboral dado a conocer ayer por el gobierno. En línea con lo que era la expectativa, las autoridades optaron por una iniciativa que básicamente refuerza el rol, atribuciones y protagonismo de los sindicatos en el contexto de las relaciones laborales, se definen obligaciones para su contraparte empresa y se refuerzan las facultades del Estado en este ámbito a través de la Dirección del Trabajo.
Las reacciones tras el anuncio son elocuentes. Mientras, por un lado, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) calificó el proyecto gubernamental como un gran triunfo de todo el movimiento sindical, desde la dirigencia del empresariado se expresaron serias y profundas discrepancias con las medidas propuestas, las que se estima no van en la dirección de mejorar los niveles de empleo y la productividad en el país.
Más allá de los alcances y efectos puntuales que puedan tener cada una de las medidas incluidas en la reforma, las que recién comienzan a ser evaluadas en forma detallada según sea el texto de la reforma, el elocuente contraste de reacciones marca un precedente poco halagüeño, sobre todo tras la sensación instalada durante la tramitación de la reforma tributaria.
A juzgar por las reacciones, no se podría sostener que esta es una reforma que emana del acuerdo de las partes, instalando de paso la idea de que el ya golpeado estado de ánimo del sector empresarial se verá mermado nuevamente. En momentos en que todo apunta a que 2015 será un año en que la economía seguirá lejos de su potencial, que los agentes económicos se sientan amagados, podría tener efectos indeseados.