El tradicional ejercicio de balances y proyecciones que suele acompañar el cambio de año ha tenido en esta oportunidad un nivel de consenso extraordinario en cuanto a lo que se avizora serán crecimientos modestos para el país a mediano plazo.
Ya sea porque el escenario externo presenta crecientes complejidades (tanto a nivel regional como en el mercado de los commodities, entre otros), o porque las condiciones internas en materia de expectativas de los agentes económicos y de tasas de inversión no evidencian puntos de inflexión sustantivos, el panorama se anticipa en la medianía de lo que han sido los pobres desempeños de los últimos años.
Se trata de un cuadro que podría prolongarse por bastante tiempo, alentando el riesgo de “acostumbrarnos” a desempeños mediocres, como alertó en una reciente entrevista a DF la economista Rosanna Costa.
Un escenario como el descrito importa retos fundamentales para las autoridades, las que hasta el momento han estado por debajo de lo requerido en al menos dos ámbitos. Por un lado, en lo que se refiere a despejar el amplio abanico de incertidumbres que ha golpeado los estados de ánimo de los agentes económicos. Y, por otro, en el impulso de acciones más urgentes y enérgicas que permitan vigorizar la economía. En este último plano, promover la inversión en infraestructura en alianza con el sector privado, ampliar la llamada “agenda laboral” a temas como la adaptabilidad de ese mercado y poner más energía en el desarrollo de una agenda de productividad y competitividad, son medidas que deben salir de la declaración de intenciones y pasar a la acción.