Los resultados de la última encuesta Adimark mostraron números nada de halagadores para las grandes coaliciones políticas. En efecto, tanto la Alianza por Chile como la Concertación anotaron en julio un nivel de aprobación de 22%, dato que supone en el primer caso una caída de trece puntos porcentuales y, en el segundo, de cinco puntos en relación a la medición previa.
De acuerdo con los autores del estudio, el pasado mes fue especialmente confuso en materia política, “con ambas coaliciones enfrascadas en complejos procesos de nominación de candidatos”, cuestión que por sí sola bastó para revertir la positiva evolución observada en junio en cuanto a identificación y evaluación de las coaliciones políticas.
Aunque es propio de un año electoral que las situaciones de fricción entre y dentro de las coaliciones políticas se exacerben, en esta ocasión las fricciones no sólo parecen haber superado lo visto en otros años, sino que además se suman a otros hechos que potencian por acumulación una mayor desaprobación de las colectividades políticas.
En esto, la clase política ha descuidado las formas, atrapada por las urgencias del momento y las disputas de corto plazo, descuidando las formas y afectando ante la opinión pública la reputación de instituciones clave para la democracia como son los partidos políticos.
El fenómeno de desafección e indignación ciudadana sin duda tiene que ver con cuestiones estructurales como la etapa de desarrollo de un país, pero también tiene conexión con situaciones más mundanas, como el día a día de los políticos, quienes como el resto de la sociedad están hoy expuestos a un mayor escrutinio ciudadano.