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Columnistas

Y vuelve el voto arrepentido con el rabo entre las piernas

Nicolás León, Director Ejecutivo IdeaPaís

Por: Equipo DF

Publicado: Lunes 9 de febrero de 2015 a las 04:00 hrs.

Nadie está libre de cometer errores y tenemos el derecho a corregirlos. Sin embargo, llama la atención que hoy desde el Congreso y el Gobierno, algunos sostengan que fue un "error" aprobar el voto voluntario, sobre todo cuando el escenario de desafección electoral era razonablemente previsible si se examinaba la experiencia empírica sobre el voto voluntario y su efecto en la participación política. Pensando en que esto no nos pase en otras leyes sugiero menos retroexcavadoras y más tiempo para la reflexión para así poder entregarle buenas leyes al país y no estar jugando a los experimentos.

Es cierto que existen buenos argumentos para estar a favor del voto voluntario; a pesar de éstos, parece que algo anda mal con esta forma de asimilar el asunto. La postura que entiende el voto, como un deber ciudadano -y por tanto, perfectamente exigible-, logra en mi opinión interpretar de mejor manera el sentido de la participación política y la democracia responsable.

El voto voluntario es una bandera que suele encantar, sobre todo porque está relacionada una sensación aparente de libertad. Sin embargo, una libertad bien entendida implica pensar una democracia con contenidos y fines, lo que significa que el acto de votar no es sólo un procedimiento formal, sino que es también una opción ciudadana por bienes políticos que, como sociedad, debiésemos estimar como un mínimo para la convivencia.

Es por esto y otras razones que el voto voluntario no colabora a robustecer una democracia participativa y deliberativa. Más bien incentiva a las personas a pensar que las cosas públicas son una alternativa prescindible, tal como ocurre con el mercado de bienes y servicios, en el cual el criterio de conveniencia es en último término el precio. Homologar la participación y responsabilidad ciudadana a la compra de "tal o cual servicio político" no hace más que erosionar las bases del sistema político, que ya no puede estar más desafectado como lo demuestra una vez más la recién publicada encuesta Adimark.

Al final, como se observa en la evidencia empírica, la voluntariedad del voto promueve cierto tipo de desigualdad, al incentivar que sólo una élite ilustrada se interese por los bienes políticos, generalmente mejor educada y con más preocupación cívica, en detrimento de los sectores socioeconómicos más pobres o desafectados que dejan de ir a votar, lo que trae como efecto no sólo dicho sesgo socioeconómico, sino también un efecto en el contenido programático y de las políticas públicas que emanan de los gobiernos, las que comienzan a dirigirse a agradar a este tipo de "elector virtuoso" y no al bien común.

Es cierto que será difícil volver en el corto plazo al voto obligatorio. Sin embargo, el mero hecho que esta idea se discuta en el Congreso Nacional abre la posibilidad de comenzar a buscar soluciones sensatas y tendientes a aumentar realmente la participación política en nuestras comunidades, desde las juntas de vecinos hasta la participación en política formal. Con esto se podría terminar con la generalizada apatía cívica que nos aqueja como país.

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