Una verdadera feminista
Axel Kaiser Director ejecutivo de Fundación para el Progreso
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Axel Kaiser
Si se tratara de hacer una lista de opresiones que puede sufrir una mujer, Ayaan Hiris Ali las reuniría casi todas.
Nacida en Somalía en una familia musulmana, a los cinco años fue sometida a la mutilación de sus genitales, práctica extendida en partes de África y Asia que ha sido importada a Europa por inmigrantes de esas regiones. Dedicada a trabajar como sirvienta para los hombres de su familia, a los veintidós años su padre eligió casarla con un pariente a quien ella no conocía. Cuando iba camino a Canadá a cumplir el compromiso, decidió huir refugiándose en Holanda, donde eventualmente estudiaría y llegaría a convertirse en parlamentaria, no sin antes abandonar el Islam.
Ello le valdría amenazas de muerte, razón por la que está bajo protección todos los días. Sus escoltas son la única razón, explica, por la cual está viva. De hecho, el cineasta Theo van Gogh, con quien colaboró en la realización de un documental sobre la sumisión de las mujeres en el mundo islámico, fue luego asesinado por un musulmán nacido en Ámsterdam, quien dejó junto al cadáver una nota diciendo que Hirsi Ali era la siguiente.
Tras una brillante y accidentada carrera, esta también sobreviviente de la brutal guerra civil somalí de 1991, emigró a Estados Unidos, donde hoy reside junto a su marido Niall Ferguson y sus dos hijos. Tolerando todos los insultos que la corrección política occidental demanda contra quienes osan plantear verdades incómodas, Hiris Ali recorre el mundo alertando sobre el peligro que un islam no reformado supone para la sociedad occidental, defendiendo además férreamente los derechos de la mujer.
Como es de esperar en los tiempos surrealistas que corren, entre sus mayores enemigas están las feministas hegemónicas. Y es que, contrario a lo que se podría suponer, Hirsi Ali no tiene nada en común con este grupo quejumbroso de la élite occidental, partiendo porque que no hay una pizca de rabia, resentimiento ni retórica victimista en ella, pese a haber sufrido abusos terribles. Es más, la verdadera libertad, nos dice, consiste en ver el mundo sin rabia para, desde una posición de paz interior, trabajar por cambiarlo, siempre con argumentos y nunca con insultos.
Vaya diferencia con las feministas occidentales dominantes. quienes a pesar de ser las mujeres más privilegiadas en la historia de la humanidad, promueven odiosamente —y muchas veces haciendo verdadero culto a la fealdad y la vulgaridad— la destrucción del mismo sistema que a la mayoría le ha permitido pasar toda su vida sin conocer una opresión como la vivida por Hirsi Ali. A ellas les enrostra, precisamente, su hipocresía, por no ocuparse un segundo de la realidad de las mujeres sometidas en las comunidades islámicas o en sus propios países. La brecha salarial —demostrada ya como un mito en la forma en que se plantea— las indigna más que las decenas de miles de niñas que sólo en Reino Unido son sometidas a mutilación genital todos los años.
Pero Hirsi Ali defiende además la familia, condenando el feminismo convertido en lucha de géneros que vemos hoy, que tiene poco que ver con avanzar los derechos de la mujer y más, como diría Nietzsche, con debilitar y atacar a las más sanas entre ellas. Su coherencia, realismo, buena voluntad, coraje para defender a mujeres realmente oprimidas y ánimo constructivo —además de una elegancia que resalta su feminidad con gran estilo— convierten a Hirsi Ali en una verdadera feminista frente a la cual el feminismo hegemónico se evidencia más bien como una patología.