Apenas dos años atrás, el rápido crecimiento económico y la expansión de su clase media convirtieron a Brasil en la niña mimada de los mercados financieros, mientras que México era más conocido por sus pandillas de narcotraficantes y violencia. Por su lento crecimiento y la paralización de las reformas económicas, los mercados financieros estaban a punto de declarar a México como una causa perdida.
¡Qué rápidamente pueden cambiar las reputaciones de los países! Actualmente, la economía brasileña se estanca y ninguna inversión en infraestructura para el Mundial y las Olimpíadas parece suficiente para salvarla. La economía mexicana, por el contrario, crece a un ritmo estable, impulsada por una reciente bonanza de las exportaciones industriales a Estados Unidos.
Así Brasil se ha convertido en la estrella que desilusiona y México, en el país menospreciado que inesperadamente se destaca. ¿Qué ocurre? Existen importantes diferencias entre las formas en que Brasil y México han dirigido sus economías.
Una diferencia es que la economía mexicana es mucho más abierta que la brasileña. México no sólo es parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Estados Unidos y Canadá, (TLCAN), sino que participa además en una red de otros acuerdos que se extienden por Europa y Asia. La apertura brasileña, por el contrario, está limitada por las restricciones del Mercosur, una agrupación regional cuyo compromiso con el crecimiento a través del comercio internacional es, en el mejor de los casos, endeble.
Una segunda diferencia crucial reside en la combinación de políticas monetarias y fiscales de ambos países. Tanto México como Brasil implementaron paquetes fiscales anticrisis en 2009. Pero México retiró rápidamente el estímulo cuando su economía se recuperó y ha aplicado una política fiscal más estricta que Brasil desde entonces.
Esto no es deseable en sí mismo, como suelen argumentar los conservadores, sino por el espacio adicional que brinda a la política monetaria. México ha sido capaz de mantener sus tasas de interés en niveles mucho menores -la tasa de interés básica es del 4,5%, frente al 7% en Brasil (inusualmente baja para ese país)- y además tiene una inflación menor.
Ambos países son vulnerables a ingresos de capitales golondrina provenientes de los países ricos, pero las menores tasas de interés en México han aislado mejor a ese país ante esa amenaza, y también ante las presiones al alza en el valor de su moneda. El tipo de cambio real brasileño se ha apreciado considerablemente en los últimos tres años (con algunas oscilaciones durante los últimos meses), mientras que el mexicano se ha mantenido básicamente inmóvil.
Una tercera diferencia crucial es la forma en que ambos países se han posicionado en la economía mundial. Dejando de lado el reciente boom de productos básicos en África, la mayor parte del crecimiento económico tuvo lugar en tres regiones del mundo con similares estructuras productivas. En el este asiático, una multitud de países produce componentes para su ensamblaje en China que luego serán reexportados; en Europa Central y del Este ocurre un fenómeno similar, en el que Alemania actúa como país ancla; y, por supuesto, en Norteamérica, tanto Canadá como México se integran cada vez más al mercado estadounidense.
Las autopartes y los vehículos terminados son los mayores componentes de esa integración en Norteamérica, pero la historia no termina aquí: artículos electrónicos, equipos de telecomunicaciones y muchos otros bienes también son parte del crecimiento. La canasta de exportaciones mexicanas es espectacularmente mayor y mucho más diversa que hace tres décadas. No puede decirse lo mismo de Brasil -o, de hecho, de ninguna de las economías sudamericanas con rápido crecimiento.
Por supuesto, deberíamos ser cautos y no saltar a conclusiones definitivas. Durante los últimos meses, las exportaciones mexicanas han disminuido y el consumo interno está aumentando como fuente de demanda. Y, dados los capaces profesionales brasileños y sus empresas de alta calidad, su potencial para vender mercancías a todo el mundo, si bien está relativamente limitado por sus relaciones comerciales, no debe ser subestimado.
Tal vez México y Brasil algún día se conviertan en las anclas, en el norte y el sur, del crecimiento económico latinoamericano. Eso daría a los mercados financieros –y a los ciudadanos de la región– un motivo genuino para celebrar.
Copyright: Project Syndicate, 2013