El viernes pasado se lanzó la primera encíclica del Papa Francisco: La luz de la fe. Nos hemos malacostumbrado a la fe cristiana, como si se tratara de un dato más del acervo cultural occidental. Los no creyentes se muestran tolerantes a ella y los creyentes, como si fuese obvio. Nada de eso. Sin la fe cristiana, y el Papa lo destaca en la carta, occidente y el progreso del mundo no hubiesen sido posibles.
El aporte de lo cristiano al desarrollo humano es no sólo indudable, sino invaluable. No es casualidad que las ciencias naturales, la técnica, el progreso en último término, nacieran en la parte del mundo penetrada por la fe cristiana. Valores que nos resultan tan obvios como democracia, igualdad, tolerancia, no nacieron ni hubiesen podido nacer en culturas ajenas al cristianismo. Si Oriente los ha asumido, ha sido casi a contrapelo y más por entenderse y adquirir códigos que permitan un diálogo con Occidente que por convicción propia Sin duda ganaron en humanidad, pero luego de incorporarlos como suyos. Incluso quienes alegan contra lo propio de la fe cristiana, lo hacen con criterios aprendidos y asimilados en esta cuna.
Se puede hacer la pregunta ¿Qué sería del mundo sin el cristianismo? La pregunta no tiene sentido, ya que la realidad de Cristo es un dato irrenunciable del proceso histórico, tanto como la existencia de la luna, el sol o las estrellas. La pregunta es otra: ¿y si no se hubiese extendido tanto como lo ha hecho? Más que su extensión material, lo importante ha sido la validación de la imagen de humanidad subyacente a él.
Valores como la igualdad entre hombre y mujer, la democracia, normas de un trabajo digno, la declaración de los derechos del hombre, pudieron solo nacer en una cosmovisión marcada por la revelación regalada en Cristo Jesús y se expanden por su incuestionable ajuste a lo que compete a todos los hombres y mujeres.
Un dato de ello es que la lucha contra la miseria, por justicia, el respeto a la vida, se han desarrollado justamente en aquella parte del mundo en que el mensaje cristiano ha penetrado las conciencias, empapado el oxígeno e impreso un sello indeleble.
El Papa invita a hacer de fe y solidaridad, fe y darse a los demás, lo mismo. Ella no es un adosado extrínseco a la vida humana sino consustancial a ella. El cristiano se entiende desde la construcción y mejoramiento de la comunidad, del entorno social en el que se encuentra inmerso. Sólo así resulta genuina y convincente la fe que se dice profesar. La fe se revela coherente con la vida o deja de serla.