Un nuevo intento
María José Zaldívar Abogada, ex ministra del Trabajo
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María José Zaldívar
Desde hace unos meses estamos de nuevo abocados a intentar modificar nuestro sistema previsional, para tratar que este cumpla con las expectativas de las personas, y realmente garantice protección social. Pero si queremos esta vez ser exitosos, es fundamental que primero consensuemos cuáles son los resultados esperados, y analicemos si estos son adecuados para poder cumplir con este objetivo.
En este sentido, no es malo hacer un poco de historia y aprender de las lecciones pasadas. Se ha instalado la idea que el sistema de reparto, vigente en Chile hasta el año 1980, sólo se modificó de la forma en que se hizo porque había una dictadura que quería crear un mercado de capitales que sirviera para desarrollar el país, y no existía un Congreso capaz de oponerse.
“No es malo hacer un poco de historia y sacar lecciones. La verdad de las cosas es que el sistema previsional de reparto estaba muy en entredicho desde la década del 50, y que se había constituido una comisión para reformarlo profundamente”.
La verdad de las cosas es que el sistema de reparto estaba fuertemente en entredicho desde la década del 50, y que se había constituido una comisión para reformarlo profundamente. Según las palabras del presidente de dicha comisión, Jorge Prat: “El sistema está condenado a desplomarse por injusto, oligárquico, discriminatorio y ser ineficazmente oneroso”
Y en el año 1968, el entonces Presidente Frei Montalva agregaba: “Mucho se ha dicho sobre el problema previsional en Chile; se está de acuerdo unánimemente en que él es malo…porque al no estar basado nuestro régimen en la solidaridad nacional…, se ha permitido la elección de grupos, normalmente de más altos ingresos, los que se han reunido o permanecen reunidos justamente para repartirse entre ellos mejores beneficios previsionales, con grave detrimento o perjuicio de la solidaridad nacional y de las efectivas necesidades de los más desvalidos y pobres…”
Dos de las críticas a este sistema eran la falta de libertad, pues el trabajador estaba obligado a estar en la caja que le correspondía por el trabajo que desempeñaba, y las reglas de cada caja diferían según el poder de presión del grupo. No es de extrañar entonces que la caja de los parlamentarios o de los empleados públicos tuviera reglas bastante más beneficiosas que las de los obreros, reunidos en el Seguro Social. Y la segunda era la falta de propiedad sobre los fondos, lo que llevaba a que aquellos trabajadores que no cumplían con las reglas de su propia caja, a pesar de haber contribuido durante un período de tiempo, no recibieran pensión de ningún tipo.
Estos elementos fueron centrales en el diseño de la capitalización individual, garantizando la libertad de poder afiliarse y cambiarse a la institución previsional que cada uno quisiera; y estableciendo la propiedad sobre la totalidad de los fondos ahorrados, los que sin importar su cuantía debían ser entregados como pensión.
Todos sabemos que este sistema tampoco fue exitoso en su objetivo de garantizar mejor protección, por lo que tenemos que entender que el camino no pasa sólo por garantizar la libertad y la propiedad, aun cuando tampoco podemos volver a ignorarlos como se hacía en el antiguo sistema.
No podemos desaprovechar esta nueva oportunidad, y debemos construir un sistema que, recogiendo los principios de la Seguridad Social, refleje también nuestra propia historia y aprendizaje. La solidaridad, la sustentabilidad, y los incentivos a la cotización deben siempre equilibrarse e ir de la mano si queremos tener un sistema que perdure en el tiempo.