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Columnistas

Rumores

Por: Equipo DF

Publicado: Lunes 31 de marzo de 2014 a las 05:00 hrs.

Muchas personas tienen problemas con las palabras y prefieren -así dicen- la racionalidad del orden y la economía. No es raro entonces perder batallas en el terreno de los rumores, donde la realidad se enreda y se estira mas allá de los límites impuestos por las cosas que se tocan y se pueden comprobar. Pero, ¿son importantes los rumores? ¿Podemos cambiar las realidades desde una opinión pasajera? ¿Si todo el mundo empieza a decir que una persona es incompetente terminará siéndolo? ¿Si todo el mundo empieza a creer que no hay que confiar en el vecino, que la gente es floja o ladrona… empezaremos a actuar y a hablar como si lo fueran?


Hoy, en un mundo con mayores medios de comunicación, la difusión de imágenes y rumores es cada vez más rápida y descentralizada. Pero en ningún caso inocente. Detrás de la mayoría de los rumores existen personas que los inician y los instigan a veces elegantemente, dejándolos caer a la hora del postre, o en los cinco últimos minutos de la entrevista hablando en off-the-record; como si no viniera a cuento la cosa. Otras veces de manera intencionada, con orquestación y campañas. Rumores verdaderos, otras veces falsos, pero siempre moviéndose de una persona a otra, sin reclamar evidencia ni comprobación, más que el hecho de que otras personas también lo comparten.

Los rumores se adhieren a la realidad y empiezan a transformarla de partida porque hay personas o grupos que tienen interés en que dicho rumor sea verdad. Las personas están más dispuestas a aceptar los rumores que calzan con sus creencias e intereses y desechar los que no. Por eso son difíciles de extirpar, aún siendo evidentemente falsos, ya que pasan a formar parte de la identidad y aquí los registros emocionales son más fuertes que cualquier otra racionalidad.

Hay muchas personas que simplemente no saben como lidiar con esto y esperan que la realidad se imponga. El problema es que esto es más un acto de fe que de realismo, una ingenuidad que es difícil de entender incluso para esas mismas personas que en otros ámbitos de su vida se jactan de manejarse por criterios racionales. Porque detrás del rumor hay una racionalidad, una mecánica, pero más parecida a la de los fluidos que a la de un engranaje.

Los rumores se expanden porque todas las personas estamos sujetas a sesgos y procesamos información de manera parcial. Además, los rumores se van distribuyendo por una ley de cascadas, ya que no podemos comprobar toda la información que nos dicen, simplemente la fundamos en quien nos la cuenta y de ahí la transmisión se hace más efectiva entre grupos similares. Por el contrario, la diversidad rompe la transmisión de la cascada.

Otra ley de los rumores es la polarización. Cuando la gente, incluso que no ha tomado partido por una posición, se junta con otros que sí lo han hecho, el espectro se polariza y las personas se sienten más convencidas de cosas que hasta ese momento no le habían sido tan importantes y los convencidos tienen más fuerza para irse a los extremos (Allport & Postman 1947 The Psychology of Rumor; Cass R. Sunstein On Rumors 2014). Aquí vemos cómo el mercado de las ideas puede no operar de manera eficiente, asignando lugares de preeminencia en el discurso y en la opinión pública no sólo a ideas que no lo merecen, sino evitando el debate fundado y el intercambio de ideas, que es lo más peligroso y dañino para la sociedad.

Nadie puede pensar que en el siglo XXI y en plena era de internet que se pueden evitar los rumores, lo cual no es sólo imposible sino que indeseable, pues en una sociedad libre de lo que se trata es que justamente haya intercambio en todo orden de cosas, partiendo por las ideas. Lo que tiene que haber es un mejor mercado para la discusión de las ideas. ¿Pero cómo armamos ese mercado? Fomentando el pensamiento crítico; escepticismo de los lugares comunes; no siendo parte de cascadas ciegas, menos si causamos daño gratuito a alguien o a alguna institución; fomentando la diversidad y moviéndose por principios que sean posibles de sostener tanto en público como en privado.

Seguiremos viviendo en un mundo con rumores, copuchento como siempre ha sido -no hay que engañarse-, pero al menos serían mejores rumores.

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