Hacia una guerra mundial de los datos
Rodrigo León Silva Abogado
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Rodrigo León
Hace unos días Google dejó de funcionar en varios de sus servicios, como Gmail, Youtube, Classroom, etc. Fueron alrededor de 30 minutos en que, virtualmente, desapareció la empresa más poderosa del mundo. Más allá de lo oportuno del susto que muchos sufrieron, justo cuando se dan las investigaciones de la Unión Europea contra las grandes empresas tecnológicas por libre competencia y protección de datos personales, sí resulta relevante analizar el momento en que nos hallamos.
Desde un punto de vista histórico, la sociedad humana analógica, que muchos de nosotros vivimos con todas sus virtudes y limitaciones, ha dado paso a una sociedad digital. La humanidad hoy sin Internet no existiría. Esto resulta muy relevante, pues una sociedad analógica, sobre todo, se basa en el intercambio de bienes y servicios valorizados a través del dinero. Una sociedad analógica desarrollada no existe sin dinero, ergo, quien controla el dinero es quien controla la sociedad.
En cambio, en una sociedad digital, el valor de las cosas y los servicios no se da, principalmente, por el precio en dinero que se les asigna, sino por los datos e información que emiten. El dinero, en estricto rigor, deja de tener una función esencial como centro del poder económico y político. En el fondo, para Google, su bien más preciado no es una bóveda llena de dinero, que la debe tener, sino más bien su enorme bóveda de datos personales de todos nosotros. De alguna manera, los financistas que sostuvieron el desarrollo de la sociedad analógica capitalista ven hoy cómo son reemplazados por empresas tecnológicas basadas en el tratamiento de datos.
Quien tenga más datos y mejor información controla el poder, ya no vale el dinero. Y esto ha desencadenado una verdadera guerra mundial -sin muertos, claro, pero guerra igual- entre los grandes responsables de la economía analógica: los conglomerados financieros, sostenidos por Europa, por un lado; y por el otro, las grandes empresas tecnológicas sostenidas por parte de Estados Unidos y China. Estos “metabarones”, usando la expresión de Jodorowsky, han sido objeto de varias acciones legales de la Unión Europea, no solamente en materia de libre competencia o protección de datos personales, sino en regulación del uso de los datos no personales, como es el proyecto de Reglamento europeo de la Gobernanza de datos presentado hace unos días.
¿Y los chilenos que podemos decir en todo esto? Lo primero es que el Estado chileno debe valorizar los datos que todos nosotros generamos, día a día, y que van engrosando bases de datos públicas, y no entregarlas, ingenuamente, a organismos o países extranjeros como hasta hoy se ha hecho. Segundo, tenemos una oportunidad histórica en el proceso constituyente de entender la nueva Constitución inmersa en una sociedad digital. Pensar en una nueva carta para una sociedad analógica es no entender nuestra posición histórica. La nueva Constitución deberá, entre varias cosas, asumir cómo el poder político está y estará íntimamente vinculado a esta nueva guerra mundial de los datos.