Que el crecimiento vuelva a ser prioridad
Nicolás Brancoli Socio de Impuestos en EY Chile
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Nicolás Brancoli
Tras el ajuste en las proyecciones de crecimiento anunciadas por el Banco Central en su último Informe de Política Monetaria, podemos suponer que Chile hoy crece a un ritmo de país desarrollado, pero el problema es que alcanzamos este ritmo de crecimiento con una diferencia de, al menos, US$ 20 mil dólares de PIB per cápita. Es decir, mismo crecimiento, pero con la mitad de los ingresos.
En otras palabras, no nos podemos dar el lujo de crecer a tasas bajas, a tasas de país desarrollado, o de lo contrario nunca vamos a poder cerrar esa brecha. Para alcanzar un PIB per cápita de economía desarrollada y poder dar oportunidades reales a nuestros compatriotas, debemos volver a crecer como lo hicimos en su momento.
“El crecimiento no es un capricho, sino el único camino probado al progreso, a crear empleos atractivos y mejorar los estándares de vida. Es un imperativo categórico”.
El crecimiento no es un capricho para vernos mejor en el contexto internacional o para lucir credenciales en Davos, sino el único camino comprobado al progreso, a la creación de empleos atractivos y al mejoramiento de los estándares de vida en general de la población. El crecimiento responsable es nuestra obligación moral, un imperativo categórico, una postura ética general hacia el progreso de nuestra gente. Necesitamos salir de la “trampa del ingreso medio” en la que estamos y la única forma es hacer las cosas de forma diferente a lo que venimos haciendo los últimos diez años.
Chile se encuentra en una encrucijada decisiva para evitar caer definitivamente en esta trampa y continuar avanzando hacia niveles más altos de prosperidad. Debiera, por lo mismo, ser un eje central de nuestra discusión independiente del color político, por lo que llama la atención su total ausencia en el debate actual.
El foco en el crecimiento es la única salida y para ello es indispensable fomentar la inversión y la competencia. Según datos del Banco Central, el ratio inversión/PIB ha venido cayendo sostenidamente los últimos 10 años. Necesitamos revertir esta tendencia, creando mejores condiciones para la inversión. Es indispensable reducir las barreras de entrada mejorando, por ejemplo, nuestra insufrible “permisología”.
La pregunta es cómo atraer y crear incentivos para fomentar la inversión. La receta es conocida y el camino lo han recorrido otros países: inversión en capital humano, investigación y desarrollo, mayor competencia, certeza jurídica, productividad, eficiencia regulatoria, etc.
Como el lobo estepario, nuestros deseos de prosperidad coexisten con nuestras inclinaciones más oscuras y profundas a infringirse daño a uno mismo. Seguimos buscando reformas tributarias, programas estatales complejos y caros, estado empresario y fórmulas que han fracasado. La idea hegeliana de que “la historia nos enseña que la historia no nos ha enseñado nada”, pareciera una realidad angustiosamente irremediable.
El foco absoluto en el crecimiento debiera quitarnos el sueño, pero necesitamos un consenso para hacer las cosas de modo diferente a la década pasada, como lo han hecho exitosamente otros, de lo contrario no podemos esperar resultados distintos.