Última oportunidad para las AFP
Pablo Ortúzar Antropólogo social, investigador Instituto de Estudios de la Sociedad
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Pablo Ortúzar
La legitimidad del sistema de pensiones chileno se desangra lentamente. En poco tiempo, estará tan debilitado que será cosa de que algún gobierno se envalentone para echarlo abajo. Los hombres fuertes de las AFP, en tanto, piensan que lo peor de la tormenta ya pasó y se aferran a la idea absurda de que si las personas de verdad entendieran cómo funciona el sistema, lo apoyarían.
Hay tres cambios que podrían revitalizar el sistema. Uno es cambiar el esquema de comisiones: en vez de monto fijo, debería cobrarse un porcentaje de las rentas, hasta un tope. Esto beneficiaría directamente a los cotizantes que aportan montos más pequeños, los que hoy ven con desmotivación cómo parte importante de sus ahorros desaparecen mes a mes.
Un segundo cambio tiene que ver con el reconocimiento de la función de las pensiones. En los años 70 y anteriores, bajo el tan idealizado sistema de reparto, la edad de jubilación y la esperanza de vida eran prácticamente iguales. Esto significa que muy pocas personas llegaban a vivir efectivamente de su pensión, y que quienes lo hacían eran principalmente los más acomodados. Esa realidad cambió radicalmente: no sólo la mayoría de las personas vive hoy más allá de los 60 años, sino que muchos están, a esa edad, recién en los primeros dos tercios de su vida. La jubilación ya no es un llamado al retiro.
Es más, la cruel costumbre de “mandar a descansar” a los tatitas, como a una especie de tercer patio de la sociedad, debe ser combatida. Ella provoca un terrible daño psicológico en los adultos mayores y legitima su exclusión de los espacios públicos y laborales. La tercera edad es ahora una etapa de la vida casi tan extensa y activa como la infancia y la juventud. La función de la pensión es alivianar la carga de quienes la reciben, no mandarlos para la casa, y es necesario internalizar como sociedad este hecho.
Pero también está la cuarta edad: la recta final de la vida. Los últimos años, marcados por la enfermedad y el declive de las capacidades. Esta etapa, hoy, adviene normalmente entre los 80 y los 90 años, y es muy distinta a la anterior.
Pensar las pensiones del sistema de capitalización individual como un alivio para la tercera edad y crear un sistema distinto –una especie de seguro general o derechamente un sistema análogo al de reparto- para la cuarta, es una de las medidas que podría aumentar notablemente el monto mensual de las pensiones. La barrera entre tercera y cuarta edad podría actualizarse cada cierto tiempo de acuerdo a la evolución demográfica de la sociedad.
Finalmente, si estos cambios son introducidos, ellos deberían ser acompañados por una modificación en la edad de jubilación. Es razonable retrasarla quizás hasta los 70 años. Las pensiones, entonces, cubrirían un período de entre 15 y 20 años de la vida, y sus montos serían mucho mejores que los actuales.
¿Habrá en el Versailles de las AFP suficiente gente dispuesta a tomar las riendas del problema, antes de que llegue la hora de las guillotinas?