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Columnistas

Nuevo siglo, viejas disparidades

Por: Equipo DF

Publicado: Jueves 24 de enero de 2013 a las 05:00 hrs.

En el último medio siglo se han dado avances importantes en paridad de género en la educación en América Latina. La escolaridad de las mujeres ha aumentado de manera mucho más marcada que la de los hombres. Si hace cuatro décadas la escolaridad promedio de los hombres superaba a la de las mujeres, hoy en promedio ellas han aprobado alrededor de un tercio de año más que los hombres en los sistemas educativos.



Pese a esto, sus salarios están aún muy por debajo de los de los hombres con características comparables. En nuestro libro, “Nuevo siglo, viejas disparidades”, reportamos que, para datos de 2007, un hombre gana por hora 17% más que una mujer con la misma edad y educación en promedio para la región. Esta brecha salarial cayó entre cuatro y cinco puntos porcentuales en la última década y media. ¿Por qué esta brecha se ha mantenido persistente pese a los progresos educativos de las mujeres? 
Primero, cuando además de considerar la misma edad y educación, se comparan los salarios de hombres y mujeres con mismos factores como igual presencia de niños en el hogar, de otro generador de ingresos, tipo de empleo, jornada laboral, condición de trabajo formal, entre otros, la brecha es aún más alta, 20%. La que más explica el salto es la de la jornada laboral (trabajo a tiempo parcial). Segundo, los segmentos de los mercados de trabajo en los que estas brechas son más grandes son en el autoempleo, en las firmas pequeñas, en el trabajo a tiempo parcial y en los empleos informales, es decir, en segmentos flexibles.

Tercero, la participación laboral femenina es mucho más marcada en estos segmentos. Cuarto, la división de género en las responsabilidades en el hogar es aun desbalanceada. Encuestas de uso del tiempo en la región revelan que un hogar promedio necesita alrededor de 30 horas de trabajo semanal para su funcionamiento, de éstas, un 80% son provistas por las mujeres.

Las mujeres han ganado espacios en los mercados de trabajo, pero dadas sus responsabilidades en el hogar lo han hecho primordialmente en los segmentos flexibles, lo que viene a un costo expresado en menores salarios. Así, dentro de las opciones de política orientadas a reducir las disparidades, en el libro apuntamos a dos esferas externas: los hogares y los sistemas educativos. En el hogar, nivelar el “piso” para permitir una negociación menos desigual entre hombres y mujeres parece ser parte del camino a seguir. Buscar la igualdad de beneficios no-salariales puede resultar útil. Pero es necesario trabajar sobre la educación que hombres y mujeres reciben. Una pista importante a seguir tiene que ver con los estereotipos y la perpetuación de roles.

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