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Columnistas

No sólo con start-ups

Por: Equipo DF

Publicado: Martes 6 de agosto de 2013 a las 05:00 hrs.

Los países no se desarrollan haciendo más de lo mismo. Lo hacen cambiando lo que producen y la forma en que lo hacen. Crecen haciendo cosas que para ellos son nuevas; en resumen, innovan. Muchos países han estado cambiando sus estrategias de crecimiento para reflejar esta visión. Pero los distraen algunos de los mayores -aunque atípicos- ejemplos de éxito.

Todos sabemos de Steve Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg: veinteañeros que abandonaron la universidad para crear empresas que hoy valen miles de millones de dólares, ubicadas a la vanguardia de la innovación mundial. Sabemos de las muchas start-ups o empresas jóvenes que ellos y otros adquirieron años después por cientos de millones de dólares: Instagram, Skype, YouTube, Tumblr y, más recientemente, Waze. Entonces, ¿por qué no emular esos éxitos? El problema principal es que esos casos son específicos al sector del software, que representa un patrón inadecuado para el resto de la economía.

Por eso los grupos empresariales -los conglomerados- suelen desempeñar un papel fundamental en la transformación de una economía y sus exportaciones. Esto es particularmente cierto en los países en desarrollo, donde muchos proveedores o clientes ni siquiera existen y donde el ambiente de negocios suele ser extremadamente desafiante por no decir hostil. Los conglomerados pueden usar su conocimiento, capacidades gerenciales y capital financiero para aventurarse en nuevas industrias. Pueden comenzar a una escala que sería imposible para una start-up independiente. Pueden asumir compromisos creíbles ante sus futuros proveedores e influir sobre el ecosistema de negocios para que nuevos sectores se tornen viables.

Pensemos en Corea del Sur, aunque el caso es similar en Japón, Turquía o Tailandia. En 1963, el país exportó bienes por menos de US$ 600 millones a precios de hoy, principalmente productos primarios, como mariscos y seda. Cincuenta años más tarde, exporta bienes por casi US$ 600 mil millones -mil veces más- en su mayor parte, electrónica, maquinaria, equipos de transporte y productos químicos.

Esta transformación no se logró mediante nuevas empresas independientes. Se hizo a fuerza de grandes conglomerados, o chaebols en coreano. Por ejemplo, Samsung comenzó como una empresa comercial, pasó a manufacturar alimentos procesados y textiles y se metió en seguros y venta minorista. Más tarde entró en la electrónica, los astilleros, la ingeniería y la industria aeroespacial, por nombrar una lista incompleta de sus actividades. La transformación surcoreana se reflejó en la transformación de sus empresas líderes. Pero en muchos países en desarrollo, los conglomerados no han desempeñado un papel equivalente. Se tienden a concentrar en bienes y servicios no transables -aquello que no puede importarse ni exportarse- y se abstienen de participar en las exportaciones. Se enfocan en la banca, la construcción, la distribución, la venta minorista y la difusión de televisión.

La transformación productiva que los países en desarrollo necesitan es mucho más fácil de lograr con el apoyo, en vez de la obstrucción, de sus conglomerados. Pero garantizar ese apoyo requiere de políticas que empujen a los conglomerados -con más o menos suavidad- hacia sectores exportadores que puedan superar los límites del mercado local: sectores donde la competencia internacional genere la disciplina que les falta, justamente debido a su control de los mercados locales.

Para ser exitosos, los conglomerados necesitan el apoyo del gobierno y la aceptación de la sociedad. Deben ganárselos con contribuciones al crecimiento del empleo, las exportaciones y los ingresos fiscales, y a la transformación tecnológica del país. Eso es a lo que el presidente Park Chung-hee (padre de la actual presidenta, Park Geun-hye) obligó a hacer a los chaebols a principios de la década de 1960. Y es la exigencia que los gobiernos y las sociedades civiles de los países en desarrollo deben plantear hoy día a sus conglomerados.


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