En 1950 sólo un 30% de las mujeres participaba en la fuerza laboral en Chile. Hoy en día, casi la mitad de las mujeres lo hacen. De acuerdo a los datos de Barro y Lee (2012), en 1950 un 1,4% de las mujeres chilenas terminaba educación universitaria mientras que en 2010 dicho porcentaje equivalía a un 14%. Más aún, tal como muestra un artículo propio publicado en el Journal of Human Capital, hoy en día, en prácticamente todas las regiones del mundo el porcentaje de mujeres que termina una educación universitaria es mayor al porcentaje de hombres que lo hace. Otros estudios muestran que la brecha salarial entre hombres y mujeres es cada vez menor y más mujeres alcanzan posiciones de CEO en las principales empresas del mundo.
Y, así, podríamos seguir enumerando los logros de las mujeres en las últimas décadas. ¿Qué fuerzas explican este verdadero empoderamiento de la mujer?
Inherente al proceso de desarrollo de los países es el movimiento de la producción desde las manufacturas hacia los servicios. El sector servicios es más intensivo en conocimiento y menos en fuerza física; las mujeres presentan ventajas comparativas en trabajos que son menos intensivos en ese último aspecto. Por ende, el crecimiento del sector servicios es una primera razón de por qué el desarrollo económico favorece las oportunidades de las mujeres en el mercado laboral e incrementa los incentivos para invertir más en educación.
Adicionalmente, mejoras tecnológicas incrementan la productividad de los trabajadores y, por ende, sus salarios. Mayores salarios incrementan el costo de oportunidad del tiempo para la mujer y por ende, vuelven más costosa la maternidad. A su vez, el cambio tecnológico es sesgado hacia los trabajadores más calificados, lo que incentiva a las madres a tener menos hijos, pero más educados. Este es el famoso trade-off entre “cantidad” y “calidad” de hijos documentado por el economista Gary Becker. Una menor tasa de natalidad libera a la mujer del hogar, permitiéndole participar más activamente en el mercado laboral. A su vez, esto incentiva a las mujeres a educarse más y a retrasar la edad en que contraen matrimonio. Y todos estos efectos se retroalimentan unos con otros.
Cambios tecnológicos también vuelven más eficientes la producción en el mercado de muchos servicios que antes se producían en el hogar. Por ejemplo, avances en la tecnología médica incentivan a sustituir la tradicional “medicina casera” por el cuidado médico formal. Ésta es otra fuerza que libera a la mujer de las tareas del hogar.
Por último, a medida que las economías se abren al comercio internacional, los niveles de competencia aumentan, lo cual, a su vez, hace más costosa la discriminación contra la mujer.
Las fuerzas anteriores explican por qué observamos que a medida que los países se desarrollan, las mujeres tienen menos hijos, se educan más, se casan más tarde, participan más activamente en el mercado laboral y, en general, ganan un mayor empoderamiento dentro de la sociedad.
Así, pareciera ser que el crecimiento económico constituye una de las políticas pro-mujer más efectivas. Intentos exagerados por promover a las mujeres (tales como el establecimiento de cuotas) pueden afectar el funcionamiento de la economía y, con ello, atentar contra una de sus principales fuentes de empoderamiento en sociedades modernas. Al respecto, recomiendo leer el artículo “Public Employment and the Welfare State in Sweden” del economista Sherwin Rosen.