Milei: receta sin cocinero
JUAN IGNACIO BRITO Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. de los Andes
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Juan ignacio Brito
Lo que parecía imposible tiene buenas opciones de concretarse en Argentina. Javier Milei es el favorito para las presidenciales de octubre. Hasta hace unos meses, el candidato de La Libertad Avanza era simplemente una anécdota al margen de una competencia entre dos: el bloque oficialista Unión por la Patria y la oposición de Juntos por Cambio. Pero la inesperada irrupción de Milei ha hecho de esta una competencia a tres bandas donde él es quien tiene más opciones de llegar a la Casa Rosada en diciembre.
Todas las miradas confluyen en este solterón de 52 años que electriza a sus audiencias como una estrella de rock, viste chaquetas de cuero, luce una melena indomable y patillas generosas, y proclama el amor por sus perros. El “loco Milei” es ahora el protagonista de la política argentina, lo que obliga a fijar la atención en el outsider devenido en favorito.
“Un buen diagnosticador no siempre es un buen sanador. Hasta ahora, el candidato libertario no exhibe las condiciones personales ni políticas para liderar con eficiencia los cambios que pregona”.
Milei vocifera su postura económica liberal (“¡Viva la libertad, carajo!”, es su grito de guerra) y anuncia que dolarizará una economía crónicamente victimizada por la inflación, cerrará el Banco Central capturado por intereses políticos, reducirá el abultado aparato público y acabará con la “casta” que hizo de Argentina el hombre enfermo de América Latina. Promete devolver así la grandeza a una nación extraviada.
El problema, como suele ocurrir, no está en la receta. Milei acierta cuando promete revitalizar al país y enfrentar el principal problema político y económico de Argentina: un estatismo clientelar y corrupto que hizo del erario un botín y que no cede espacios a la renovación. Como la mayoría de los populistas, Milei ha sabido identificar con agudeza y valentía un problema concreto y muy real que tiene harta a la ciudadanía. A los argentinos les sucede lo mismo que a otros: han encontrado en Milei más la respuesta a un problema severo y de largo aliento que el problema mismo. Harían bien los detractores del libertario en darse cuenta de eso y distinguir de una vez entre la verdadera crisis y su mensajero.
El inconveniente de Milei no se encuentra, entonces, en el qué. Está en el cómo. El candidato ha sido capaz de identificar y sacar a la luz el elefante en medio de la habitación, poniéndolo a la vista del electorado argentino. Buena parte de este coincide con su diagnóstico.
Pero un buen diagnosticador no siempre es un buen sanador. El candidato ha sido capaz de encontrar el problema, pero hay que preguntarse si es él la persona indicada para resolverlo.
Puede decirse en general que existen dos maneras opuestas de impulsar cambios: la reforma gradualista y la refundación revolucionaria. A ellas corresponden, a su vez, dos actitudes: la prudencia y la arrogancia. Milei se ubica, claramente, entre los refundadores que se consideran iluminados.
La enorme mayoría de las veces, quienes siguen este último camino terminan estrellándose y fracasando. Más todavía si se tienen los rasgos que abundan en Milei. No cabe duda de que al candidato le sobra convicción, pero todo sugiere que, por otro lado, le faltan ductilidad, experiencia, caridad, prudencia, realismo, además de voluntad para construir consensos que hagan aplicables y duraderas las transformaciones que pretende empujar.
Argentina necesita con urgencia la receta de Milei, pero no como él la propone. Hasta ahora, el candidato no exhibe las condiciones personales ni políticas para liderar con eficiencia los cambios que pregona. Milei tiene la receta, pero no parece ser el cocinero que pueda aplicarla en una Argentina que requiere un giro radical.