Los peligros de pronunciar mal un nombre
PILITA CLARK FINANCIAL TIMES
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PILITA CLARK
Pronunciar mal el nombre de un compañero en el trabajo puede ser peligroso, y no sólo si se trata del jefe.
¿Cómo pronunciaría Kristalina Georgieva? El nombre de la directora gerente del FMI es fácil de pronunciar para los hablantes ingleses. El apellido es otra cosa. Durante años, he oído a la gente pronunciarlo con una, y a menudo dos, G suaves, como el sonido de la ‘s’ en ‘measure’.
Pero después de asistir a la cumbre del clima COP28 en Dubái, donde la mala pronunciación de los nombres era una amenaza constante, puedo informar de que es totalmente errónea. Se pronuncia con dos G fuertes, y la economista nacida en Bulgaria se muestra muy contenta cuando alguien lo hace bien. En un esfuerzo por dejar claro que las G eran fuertes, Georgieva contó que en una ocasión intentó deletrearlo con una U después de la G, para que apareciese como Gueorguieva. Pero esto causó tanta confusión que volvió al original. “Afortunadamente mi nombre es muy fácil de pronunciar, así que animo a la gente a que me llame Kristalina”.
“Las encuestas demuestran que es fácil liarla con el nombre en el trabajo y que resulta molesto”.
Georgieva desmintió los rumores de que no viese con buenos ojos a los subordinados que modificaban la pronunciación y, como yo misma soy portadora de un nombre complicado, sospecho que está muy acostumbrada a responder a todo tipo de permutaciones del original. (Para que conste, mi nombre se pronuncia Pi-LI-ta, no PÍ-li-ta).
No obstante, el caso de Georgieva pone de relieve los riesgos de meter la pata con los nombres en el trabajo, y no sólo si el error afecta al nombre de tu jefe. En la COP28, moderé un panel de ponentes entre los que se encontraba la aclamada activista climática ugandesa Vanessa Nakate, cuyo segundo nombre se pronuncia constantemente Nah-KAH-tay.
Justo antes de que se abriesen los micrófonos, me incliné y le pregunté si la pronunciación era correcta. No, me respondió, “es NAH-kah-tay”, con un ligero énfasis en la primera sílaba. Fue una noticia desconcertante, y un recordatorio de los peligros de dar algo por hecho en lo que se refiere a los nombres.
Por este motivo, me alegró recibir un correo electrónico de una mujer del equipo de medios de comunicación del presidente de la COP28 llamada Nikkie Shike. La firma del correo electrónico incluía algo que no había visto nunca antes: “Nikkie Shike, pronunciado: Ni-ki Shi-kay”.
Cuando me la encontré más tarde, me dijo que trabajaba para la empresa de relaciones públicas Edelman, que había hecho una campaña sobre la importancia de pronunciar bien los nombres para Race Equality Matters, un grupo que lucha contra las desigualdades raciales en el lugar de trabajo.
Las encuestas demuestran que es fácil liarla con el nombre en el trabajo y que resulta molesto, por lo que el grupo sugirió que se escribiera la pronunciación correcta a pie de página de los correos electrónicos y en redes sociales como LinkedIn, que permite añadir una grabación del nombre en el perfil.
Shike fue una de las empleadas de Edelman que adoptó la idea de la firma en el correo electrónico, y asegura que le ha resultado muy útil.
Cuando mencioné la idea de la explicación en el correo electrónico a otra economista en la COP28, Bogolo Kenewendo, ex ministra de Comercio de Botsuana, enseguida vio las ventajas. Tiene sentido, teniendo en cuenta cuánta gente se equivoca con su nombre, incluso en África.
Se pronuncia “Bo-JO-lou”, con un “jo”, y aún recuerda cuando estudiaba ballet de adolescente en EEUU, donde, durante todo un año, su profesora la llamó “Bungaló”.
“No tuve el valor de corregirla porque era nueva”, me explicó Kenewendo, añadiendo que ella misma había hecho una “carnicería espectacular de un nombre” en la COP28, cuando se refirió al enviado francés para el clima, Stéphane Crouzat, como “Stephanie”.