La pobreza y la épica del bien común
Eduardo Vergara B. Director ejecutivo de Chile 21
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Eduardo Vergara B.
Gran parte de los debates se ha polarizado, a menudo por cuotas de miedo, desconfianza y resquemor hacia la otredad. Por momentos parecemos un cúmulo de imanes inversos que al acercarse terminan por distanciarse más. La permanente búsqueda de identidades propias por medio de las diferencias es dañina para la convivencia y corroe las sólidas bases que todavía tenemos y nos podrían ayudar a volver a converger bajo un único sueño país.
Días atrás recibimos la triste noticia que la pobreza aumentó por primera vez desde el año 2000 y lo hizo en más de dos puntos porcentuales. En frecuencia ser humano, eso significa que 2,1 millones de personas están en situación de pobreza y más de 800 mil en pobreza extrema. Son cifras que hablan de las heridas más profundas de una sociedad, que esconden hacinamientos, privación de servicios higiénicos básicos, territorios tomados por el narco y el dolor de personas que además posiblemente heredarán también a sus hijos esta condición.
Ya en abril tuvimos un preámbulo: 2,3 millones de personas de clase media caían en la vulnerabilidad, mientras que ese mismo mes la Revista Forbes celebraba en su ranking que un puñado de millonarios chilenos aumentaba su fortuna en un 73%. De más está recordar como este escenario agudiza la desigualdad y las consecuencias que esto trae. Todas estas noticias en sus titulares hablaban de la pandemia como la causa y así se fue normalizando culpar al virus de nuestros aumentos en desigualdad, desempleo e incluso la violencia que llevó a aumentos históricos en las tasas de homicidios durante 2020. Como si las acciones u omisiones previas nada tuviesen que ver con estas situaciones.
¿Son cifras menores comparadas con nuestros vecinos latinoamericanos? Efectivamente. Pero ya agotados de traer a colación razones, causas y diferencias, hoy debemos buscar soluciones bajo una épica del bien común y terminar con la pobreza se debe transformar en ese transversal imperativo ético que nos debe mover como nación. Las insuficientes ayudas estatales demostraron ser un alivio transitorio que no puede seguir como la única respuesta.
Ahí las PYME pueden jugar un rol central bajo una lógica de innovación que permita explorar y crear nuevos mercados incluso muchos de los que hoy son considerados parte de economías ilegales. Ejemplos sobran como tabúes para impedirlo. En paralelo, la instalación de gobiernos regionales debe ir de la mano con posibilidades para redistribuir impuestos a nivel local y fomentar la creación de actividad económica que tribute con identidad.
Pero más allá de respuestas técnicas y las necesarias políticas públicas, y porque el escenario que se avecina puede ser peor, el punto de partida debe ser un cambio cultural que sustente un nuevo pacto público-privado de reactivación económica e inversión nacido de la iniciativa del poder empresarial y particularmente de quienes concentran el capital. Qué duda cabe que debemos otorgar garantías de sueldos mínimos decentes más que indignos, pero para ello debe haber espacios de trabajo bajo un mercado dinámico, innovador y expansivo.
Hasta ahora la totalidad de candidaturas han puesto el foco sobre el rol del Estado y bien poco sobre el rol del mundo privado. Para esto se requiere reemplazar los miedos y amenazas discursivas de contracción financiera por acciones de confianza en el Estado y en su gente. Para derrotar la pobreza necesitamos poner capital sobre la mesa, volver a invertir, para volver a creer en nuestra gente. No se trata de una oportunidad, sino más bien de una urgencia.