Desde la segunda mitad de 2012, los mercados financieros se han recuperado con fuerza en todo el mundo. De hecho, en Estados Unidos el índice industrial Dow Jones alcanzó su máximo de todos los tiempos a comienzos de marzo, después de haber subido casi un 9% desde septiembre. En Europa, “las armas de agosto” del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, resultaron notablemente eficaces. Pero esa fuerza de los mercados financieros está reñida con los acontecimientos políticos y los indicadores económicos reales. En Estados Unidos, los resultados económicos mejoraron sólo marginalmente en 2012, con un aumento anual del PIB del 2,3%, frente al 1,8% en 2011. El desempleo siguió siendo elevado, un 7,8% al final de 2012 y casi no ha habido aumento de los salarios en los últimos años.
Las indicadores correspondientes a la zona del euro son aún peores. La economía se contrajo en 2012 y los salarios bajaron, pese a los aumentos habidos en Alemania y en algunos países nórdicos. Aún no se dispone de estadísticas fiables, pero la pobreza en el sur de Europa está aumentando por primera vez en varios decenios.
En el frente político, EEUU afronta un estancamiento legislativo casi completo y no hay señales de una avenencia que podría propiciar una combinación óptima de políticas: un apoyo a corto plazo para impulsar una demanda eficaz y reformas estructurales y consolidación fiscal a largo plazo. En Europa, Grecia ha podido -hasta ahora- mantener una mayoría parlamentaria en apoyo del gobierno de coalición, pero allí, como en otros países, los partidos extremadamente populistas están ganando terreno.
En una palabra, estamos presenciando un rápido desacoplamiento entre los mercados financieros y el bienestar social y económico no excluyente. En EEUU y en muchos otros sitios, los beneficios empresariales como porcentaje de la renta nacional han alcanzado el nivel más alto en varios decenios, en parte gracias a una tecnología que reduce la necesidad de mano de obra en una multitud de sectores. Además, las grandes empresas pueden aprovechar plenamente la mundialización (por ejemplo, el arbitraje con regímenes fiscales para reducir al mínimo sus pagos).
Así, los ingresos de la minoría selecta mundial están aumentando con rápidez e independientemente de lo que suceda en cuanto a producción total y aumento del empleo. La demanda de bienes de lujo está experimentando un auge, junto con una demanda débil de bienes y servicios consumidos por los grupos de menores ingresos. Todo ello está sucediendo en medio de unas políticas monetarias extraordinariamente expansionistas y unos tipos de interés próximos a cero, excepto en los países que afrontan una crisis inmediata. Y, sin embargo, pese a la preocupación y la ansiedad por la pobreza, el desempleo, la desigualdad y la extrema concentración de los ingresos y la riqueza, no ha surgido un modelo de crecimiento substitutivo.
Sin reformas económicas profundas, es probable que el crecimiento del PIB de EEUU sea bajo en el mejor de los casos, mientras que su sistema político parece paralizado. No se ve por ninguna parte un plan creíble para limitar la concentración de la riqueza y del poder, aumentar los beneficios económicos mediante un fuerte aumento de los ingresos reales para los pobres y el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica.
La falta de un plan semejante en EEUU (y en Europa) ha contribuido al desacoplamiento de los mercados financieros respecto de un progreso económico no excluyente, porque indica que las tendencias actuales son políticamente sostenibles, pero, si bien esa desconexión podría continuar durante algún tiempo, si no surge un programa substitutivo, no es probable que el enorme desfase entre los resultados de los mercados financieros y el bienestar de la mayoría de la mayoría de la población persista a largo plazo. Cuando los precios de los activos se alejan enormemente de la realidad, tarde o temprano acabarán por fuerza bajando.
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