La empresa y la centroizquierda
Eduardo Vergara B. Director ejecutivo Fundación Chile 21
No es novedad que el proceso constituyente abre una serie de oportunidades, como también preguntas. Esto último es algo totalmente normal cuando las sociedades avanzan en procesos que tienen como objetivo lograr cambios de fondo. Nada para asustarse y menos para articular puestas en escenas de fin de mundo, como las que ya hemos visto cuando a parte de la élite que maneja el capital no le agrada una candidatura presidencial o cuando también parte de ella se opuso a avanzar en una Nueva Constitución.
Pocos, pero poderosos, no dudaron en augurar la caída de la bolsa y el colapso del sistema económico, a la par de hacer amenazas con retirar inversión y capital. Afortunadamente, fueron sólo amenazas. El país ha demostrado una madurez superior para enfrentar la incertidumbre, y lo hace por medio de sus fortalezas institucionales, políticas y económicas. Chile será un mejor país si juntos logramos una Constitución que refleje una visión de sociedad más justa y que crezca con igualdad.
Ahora bien, para avanzar, necesitamos por sobre todo abrir el diálogo, intercambiar posturas y miradas, para decantar en propuestas sensatas que representen las diferentes miradas de forma proporcional. No podemos permitir que minorías con poder se impongan, pero tampoco pueden quedar fuera. Es por esto que el diálogo político es central y este debe también ocurrir de forma transversal entre el empresariado, sectores políticos y la ciudadanía.
Hay heridas frescas producto de la relación dinero y política generando una distancia comprensible en su momento entre estos mundos. Sin embargo, llegó el momento de re abrir estos diálogos, sin miedo, pero por sobre todo con transparencia y reglas claras. Ya por mucho y a pesar de las crisis, el empresariado ha optado por relacionarse casi en su totalidad con la derecha, sus partidos y centros de estudio. Entendible que, de forma natural, las élites se relacionen con ellos mismos.
Sin embargo, gracias a eso han obtenido una mirada sesgada de la sociedad y como consecuencia una desconexión que se ha evidenciado particularmente durante el estallido social y la crisis de la pandemia. Este no sólo ha sido un error, sino que ha profundizado la auto referencia, ampliado la distancia y por sobre todo encapsulado al capital en discusiones ficticias, excluyentes y auto complacientes que en casos han terminado en una peligrosa caricaturización de la realidad.
Por otro lado, la centroizquierda no ha realizado los esfuerzos suficientes para conversar con el capital, plantear ahí su visión de un Estado de derechos, sus dudas, miedos y propuestas. Por ejemplo, en el proyecto de identificar Mínimos Comunes para la oposición que lideramos desde Chile 21, y en la etapa de cuestionarios aplicados a presidentas y presidentes de partido, identificamos la necesidad de articular un debate sobre la base productiva, el rol de la empresa y la reactivación económica. No hay hoy claridad alguna respecto a un piso común para avanzar con la importancia debida. Con todo, como sector político nos falta una visión global sobre la reactivación económica en el contexto de una crisis social, sanitaria y ambiental mundial antes de iniciar este diálogo.
Es indispensable reabrir estos espacios y entender que existe un bien superior: que en las manos de la Nueva Constitución quedará el destino de nuestro país. Corre el reloj y el proceso ya está a la vuelta de la esquina. Urge entonces derribar una serie de tabúes ideológicos y trabas políticas auto impuestas que den paso al reencuentro de la empresa y la centroizquierda.