Afganistán, cementerio del orden liberal
Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la Universidad de los Andes
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Juan ignacio Brito
Una vez más, los esfuerzos de un imperio se han visto frustrados en Afganistán. El proyecto del orden liberal internacional que Estados Unidos promovió desde 1945, y reimpulsó con vigor tras el fin de la Guerra Fría, ha recibido un ignominioso funeral de segunda en el “cementerio de imperios” centroasiático. EEUU continúa siendo una potencia liberal, pero la iniciativa de modelar al mundo de acuerdo con sus principios y valores democráticos va en retirada.
Tras los expansivos gobiernos de Bill Clinton y George W. Bush, la “nación indispensable” comenzó a tener dudas respecto de su misión global. Los problemas en Irak y Afganistán, sumados a la crisis económica de 2008 y la creciente polarización política interna, debilitaron la voluntad norteamericana. El primer ejemplo de esas vacilaciones lo encarnó Barack Obama, cuya ambivalencia quedó ilustrada en esa expresión tan curiosa como reveladora emitida por uno de sus asesores durante la crisis en Libia: Estados Unidos iba a “liderar desde atrás”.
Con Donald Trump ya no hubo dudas. Bajo su mandato, Washington entendió el mundo como un lugar competitivo donde había que comportarse como uno más. Su diplomacia transaccional estaba basada únicamente en el poder. Joe Biden prometió “traer a Estados Unidos de vuelta”, pero la salida de Afganistán demuestra que su enfoque es restringido, pese al discurso restauracionista que enarbola. Con él, el orden liberal a lo más volverá a parecerse al que existió durante la Guerra Fría y estará limitado a Norteamérica, Europa, Japón, Corea del Sur y algunos otros países afines, en confrontación con estados iliberales como China, Rusia o Turquía.
Quizás por la equívoca retórica que usó Biden durante la campaña presidencial, esta nueva realidad no ha sido suficientemente asimilada por algunos nostálgicos que creen que es posible dictar normas a los vencedores y parecen no entender un hecho ineludible: EEUU abandona Afganistán derrotado. En 2001, invadió para encontrar a Osama bin Laden y derribar al régimen talibán que le había dado refugio. Luego añadió un nuevo propósito: transformar Afganistán en una democracia. En 2021, muerto ya Osama hace una década, se retira dejando atrás una teocracia en manos de los talibanes.
Pese a los 20 años de ocupación militar, los dos mil millones de dólares invertidos en el país centroasiático y los casi 3.500 muertos de la OTAN, el afán norteamericano por habilitar en Afganistán una democracia liberal ha concluido en fracaso. Al igual que en Somalia, Haití, Kosovo e Irak, el objetivo de “construir naciones” no prosperó.
Son loables, pero carentes de realismo, los llamados occidentales a que los talibanes no impongan la ley musulmana y respeten los derechos de la mujer. Aunque por ahora es imposible saber qué actitud concreta adoptarán los nuevos gobernantes en estos temas, es ridículo exigir que abracen el modelo que combatieron durante dos décadas. El triunfo talibán supone asimismo la victoria de esa mezcla sectaria de fundamentalismo musulmán y nacionalismo pashtún que ellos encarnan. Los únicos que podrían llegar a desafiarlos son los “señores de la guerra” que amenazan con una nueva guerra civil. Pero ellos, por supuesto, tampoco tienen nada de liberales.
El retroceso en Afganistán constituye un símbolo potente del cambio sustantivo que se viene registrando en el sistema internacional en el último tiempo. No sólo ratifica que la antigua superpotencia única ha perdido capacidades; también confirma que, a diferencia de lo que ocurría hasta hace poco, hoy resulta imposible pensar en un orden liberal global.