Atenas, Beijing y Santiago, tópicos de un frenazo anunciado
José Manuel Silva Director de inversiones de LarrainVial Asset Management
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José Manuel Silva
Poco a poco, lentamente, la cordura parece volver a planear sobre Chile, de la mano de un precio del cobre que se desfonda, de un Brasil en recesión, de unas encuestas en caída libre y de los llantos de los abuelos griegos que sólo pueden retirar 60 euros de sus cuentas acorraladas. La realidad, la dura y fría realidad, está tocando a la puerta de nuestros ideólogos.
¿Qué tienen en común los hechos antes señalados? Mucho más de lo que parece. El Brasil de Lula y el PT se han dedicado por años a aumentar el gasto fiscal, el que se incrementó más de 10 puntos del PGB en una década. En vez de utilizar la bonanza de las materias primas para modernizar su país, incrementar su productividad, reformar su anquilosado mercado laboral, generar un salto en su alicaída infraestructura y mejorar la educación, Lula y Rousseff se dedicaron a incrementar las pensiones (el sistema de reparto brasileño ya cuesta 9 puntos del PGB), dar subsidios o elegir a los sectores ganadores a través del crédito estatal subsidiado. Todo lo anterior generó una orgía de corrupción y despilfarro. El fin del superciclo de las materias primas obligará a nuestro gigante vecino a emprender reformas justo cuando sus términos de intercambio estén cayendo y la liquidez global inicie un período de retirada.
Grecia, ni hablar. Por décadas los políticos griegos mantuvieron la peor estructura microeconómica de la Comunidad Europea. Con el peor conjunto de incentivos perversos imaginable en un país “desarrollado”. El peor ranking de la región en cuanto a facilidad para hacer negocios. Con sindicatos todopoderosos que mantenían rehén al estado de sus excesivas demandas. Con un sistema de pensiones de reparto colapsado por los grupos de interés. El país más estatista de la eurozona, menos competitivo y más endeudado, aprovechó los años de la plata dulce, iniciados por el euro, para endeudarse más, mejorar aún más las pensiones, pagarse unos Juegos Olímpicos y olímpicamente dejar de pagar. Hoy, mira el abismo que significa el retorno al tercer mundo y a sus estados fallidos, a apenas pocos cientos de kilómetros al otro lado del Mediterráneo.
La caída del cobre se origina en China y en las reformas que está tratando de sacar adelante su presidente, Xi Jinping. Por años, China ha sobreinvertido en infraestructura. Ello se aceleró luego del inicio de la gran crisis del 2008 para contrarrestar la desaceleración mundial. Los bancos estatales chinos, gobernados por una burocracia que quería aferrarse a sus privilegios, salieron a prestar sin tapujos. Un 60% del PGB chino fue prestado en sólo tres años. Los gobiernos locales siguieron haciendo elefantes blancos que no obedecían a precios de escasez. Hoy, Xi, ha tratado de frenar los excesos y reiniciar el proceso de reformas hacia una mayor racionalidad económica, lo que catapultó a China hacia su actual estatus, pero fue puesto en hibernación por los jerarcas salientes. Xi, quiere hacer del renminbi una moneda convertible, para lo que necesita reformar el mercado financiero, haciéndolo que se guíe por precios libres y no por la discrecionalidad burocrática. Quiere disminuir el peso de las empresas estatales. Quiere racionalizar la inversión e incrementar el consumo.
Si la apuesta de Xi funciona, la demanda por cobre y hierro crecerá menos, pero China se afianzará en 10 años como la mayor economía del planeta. Si, por el contrario, fracasa, y la sobreendeudada china colapsa, la demanda por cobre también lo hará. En el intertanto, la bolsa china, inflada por inyecciones de liquidez, está peligrosamente ajustándose y las últimas cifras de crecimiento apuntan al 5%, no al 7% tan anhelado.
Este incierto panorama internacional obligará a nuestras autoridades a retomar el camino de la cordura, en donde el crecimiento pasa a ser el eje estructurador de la política económica y no la redistribución igualitaria. Obligará a moderar la reforma laboral y congelar la constitucional. Obligará a revisar la reforma tributaria y a mantener el actual sistema de pensiones. Finalmente, si Burgos y Valdés ganan suficiente credibilidad, lograrán aglutinar a suficientes fuerzas políticas en torno a un programa que logre mezclar crecimiento con equidad, productividad con solidaridad, economía de mercado con fraternidad. Título de la película: De vuelta al futuro II.