Y la orquesta siguió tocando
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Jorge Quiroz
A pesar de que el Titanic se hundía …
El símil con las economías desarrolladas es de temer. En efecto, en días recientes se ha publicitado que las expectativas económicas en el mundo desarrollado estarían al alza y, además, marcando registros muy elevados.
Sin embargo, por más que miro las cifras de desempeño de estos países no logro descubrir motivo para algarabía alguna. Se celebra que la tasa de desempleo de España “bajó”, pero el nivel absoluto sigue siendo un escandaloso 26,3%; se celebra que el PIB hispánico cae a tasas más bajas, pero el caso es que sigue cayendo… En Estados Unidos, el PIB crece a tasas aún menores que las del año pasado y apenas compensa el crecimiento de la población. El estancamiento europeo amenaza con volverse estructural y la apuesta de Japón por salir adelante sobre la base de un experimento nunca antes visto de expansión monetaria luce plena de riesgos.
El magro crecimiento económico de los países “ricos” está además sustentado sobre la base de expansiones monetarias y endeudamiento fiscal insostenible en el mediano plazo. En efecto, la Reserva Federal continúa comprando US$ 85 mil millones todos los meses, lo que mantiene las tasas de interés en niveles extremadamente bajos. Cuando la Fed anunció hace unas semanas que si mejorasen las condiciones de actividad económica consideraría desmontar su programa de expansión cuantitativa, los mercados crujieron, revelando lo vulnerable del sistema.
El quid del asunto está en que las tasas bajas vienen alimentando todo tipo de inversiones especulativas, basadas en el dinero barato, que podrían verse dramáticamente afectadas ante una reversión del costo del dinero. En consecuencia, la política seguida por Estados Unidos, y emulada en mayor o menor medida por Europa y Japón, tiene como consecuencia incubar altos precios de activos, muy por sobre su nivel sostenible a largo plazo, fundados exclusivamente en un costo del dinero artificialmente bajo.
Pero el costo del dinero puede cambiar, y muy rápidamente, ya sea con motivo de un freno en la política monetaria o por efecto de mayores tasas de inflación: después de todo, más tarde o más temprano, la expansión monetaria debiera pasar la cuenta en mayor inflación; cuidado, el cadáver de Friedman aún respira.
En cuanto al aspecto fiscal, consignamos deudas sobre PIB cercanas al 100% en Europa y Estados Unidos, y superiores al 200% en el caso de Japón. Con bajas tasas de crecimiento y déficit fiscales que no cierran, estos niveles de deuda sólo pueden transitar en una dirección, al alza, lo que no es sostenible.
El problema es especialmente grave en Europa, donde los países no emiten la moneda en que está denominada su deuda, y en Japón, donde a corto andar se precisará de inversionistas externos para seguir comprando una deuda impagable. En el caso europeo el riesgo es derechamente de una crisis de balanza de pagos en países mediterráneos, principalmente España e Italia.
Si la crisis se enfrenta con alza de tasas, los primeros en caer serán los bancos, que han acumulado en sus activos ingentes volúmenes de bonos, principalmente de gobierno, que reditúan tasas bajas.
Así, un alza de tasas generaría una caída en el precio de los bonos y un fuerte impacto adverso en la banca, generando eventualmente una reacción en cadena en el sector financiero internacional. Y conste que en estas cuentas fiscales no estamos incluyendo el déficit previsional futuro, como tampoco los delicados balances de gobiernos regionales, como es el caso de algunos países europeos, o de los municipios, como es el caso de Estados Unidos, donde la reciente quiebra de Detroit es sólo un botón de muestra de lo que podría ocurrir en mayor escala.
Así las cosas, no se aprecia el fundamento racional de las renovadas expectativas en estos países. Acaso, como en el Titanic, el fenómeno más bien obedezca a una reacción de sobrevivencia psicológica: mientras no nos llegue el agua, mejor que la orquesta siga tocando.