La verdad tiene su hora
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Jorge Quiroz
De muy joven, me impresionó profundamente la lectura de la obra “La Verdad Tiene su Hora”, escrita por Eduardo Frei Montalva, por allá por los años cincuenta. Frei Montalva, todo un maestro en eso que ahora se ha dado en llamar “relato”, partía el mismo por donde hay que partir: la situación del país, lo que observaba a su alrededor. En ese recuento, no escatimaba cifras ni comparaciones, si bien éstas eran ubicadas estratégicamente en su discurso para mantener la atención del lector, ya que no por nada su retórica era envidiable. A partir del diagnóstico de la situación, pasaba luego al enfoque prospectivo, desarrollando lo que según él había de hacerse para superar los múltiples problemas que agobiaban al Chile de esos años.
Con la ventaja que da hoy conocer el futuro, si bien se puede discrepar de Frei Montalva tanto en su diagnóstico como en sus recomendaciones, la estructura lógica de su discurso y la arquitectura de su relato siguen teniendo plena validez: partir por el examen de la situación inicial, reconociendo sus fortalezas y debilidades, para luego proseguir con la visión de futuro.
Hoy, más de medio siglo después, a la hora del relato, parece haberse olvidado la premisa básica de éste, cual es, partir por un examen de dónde realmente estamos. ¿Dónde estamos?
La administración Piñera deja a Chile con un ingreso per cápita, corregido por poder de compra, ligeramente superior a US$ 19.000, habiéndolo tomado con US$ 15.000; de modo coherente con ello, la desocupación, que hace cuatro años era de un 9,7% hoy es de 6,1%, habiéndose creado un millón de empleos en el camino. Subyace a este desarrollo una positiva evolución de la tasa de inversión, que en el mismo lapso pasó de 20,3% del producto a 25,7%. Este comportamiento de la economía resulta aún más encomiable si se considera que durante este periodo, las tres grandes economías desarrolladas, Europa, Estados Unidos y Japón, que dan cuenta del 47% del PIB mundial, crecieron a tan sólo 1,6% por año.
Si hubiera que resumir en una sola expresión este desempeño, la única que se me viene a la mente es “progreso y bienestar”, el cual, dicho sea de paso, puede advertirse con sólo caminar por la calle; es más, cuesta mucho andar por la calle y no advertirlo. Los aeropuertos, carreteras, restaurantes y sitios de veraneo -de todos los niveles sociales- no dan abasto porque por doquier se observa un bullir de chilenos y chilenas que acceden a mayores niveles de consumo. Al menos por esa métrica, hoy en día hay un bienestar generalizado, nunca antes visto. Por si alguien aún tiene dudas, las recientes encuestas de felicidad reportan niveles de satisfacción significativamente mayores que antes.
Los economistas, influidos desde luego en su análisis por los prejuicios de cada cual, ya debaten latamente respecto de cuánto de este progreso puede atribuirse a la administración que termina y cuánto fue sencillamente suerte. Aquí es fácil perderse y algunas flamantes autoridades, aprovechando la confusión, han entrado derechamente al género del relato de ficción, hablando de “recuperar el tiempo perdido”. No me voy a detener ahora en esa polémica, que algo tiene de bizantina. Sencillamente, pienso que a la hora de la verdad, economistas de aquí y allá harían mejor en reconocer dónde estamos y de dónde venimos: los últimos veinticinco años se inscriben dentro de los de mayor progreso y bienestar en la historia de la república; los últimos cuatro fueron notables, por cualquier estándar de medición, muy por sobre los del pasado inmediato; y hoy tenemos una situación inmejorable que nos permite acometer con solvencia los múltiples desafíos que aún restan por convertir a Chile en un país desarrollado. Ahí estamos. Lo demás son cuentos.
¿A dónde vamos? Soplan vientos de cambio y se habla de “reformas”. Puede ser. Pero a la hora de las reformas, no nos olvidemos de lo que hemos logrado. Después de todo, nunca ha sido una buena idea “arreglar lo que no se ha echado a perder”.