Contando pobres…
Dice el adagio que donde hay dos economistas hay tres opiniones...
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Jorge Quiroz
Dice el adagio que donde hay dos economistas hay tres opiniones. Eso parece aplicarse con particular fuerza al debate reciente sobre la Casen. Mientras algunos celebran la baja en la pobreza y la indigencia, otros arguyen que los resultados no son estadísticamente significativos y que el termómetro con que se mide podría estar superado por las circunstancias. El número de participantes en el debate es amplio y variopinto, lo que revela que la disciplina de medir pobres, la “pobretología”, constituye un área de estudio en la que concurren muchos recursos, profesionales, centros de estudio, ONG y, desde luego, no pocas influencias políticas.
Un buen resumen de la situación puede ser como sigue: a) no está claro que la baja en pobreza sea estadísticamente significativa; quizá sí, quizá no: eso lo sabremos cuando se publique la metodología y pueda calcularse el margen de error, antes de eso, mejor no hablar (“de lo que no se puede hablar, mejor callar”, nos dice Wittgenstein); b) aún sin metodología disponible, la baja en la indigencia, por su magnitud -de 3,7% a 2,8%- tiene que ser estadísticamente significativa, podría apostar a ello; c) la baja, significativa o no de la pobreza, y de la indigencia, ocurre en un contexto adverso de alza de precios de alimentos, por lo que resulta encomiable; d) más allá de las políticas focalizadas en pobreza -principalmente transferencias- tiene que haber ayudado a este resultado la creación de nuevos puestos de trabajo, que se cifran en casi 600.000 entre una Casen (2009) y la otra (2011). En lo que respecta al termómetro con que se mide, ya es tiempo de revisarlo, pero sigue siendo válido que para efectos de comparar, mejor usar el mismo.
Hasta ahí lo que sabemos. Y no sabemos mucho más, porque si bien los estudios de pobreza en Chile abundan, son mucho más escasos los estudios de riqueza: hay mucho pobretólogo pero poco ricólogo. Y si se quiere superar la pobreza, más allá de seguir haciendo transferencias, resulta esencial conocer la otra cara de la medalla: cómo un pobre supera la pobreza por sí mismo. En este problema hay dos opiniones de común aceptación. La primera es empleo: más empleo, mejor. La segunda, de más largo plazo, es educación: más educación permite acceder a mejores oportunidades de empleo; pero tiene que ser educación de calidad y por ese lado estamos fallando estrepitosamente. Y como éste es un asunto de economistas, contamos también con una tercera opinión, a la que adscribo con entusiasmo, si bien es algo más heterodoxa.
Estudios recientes de James Heckman, premio Nobel de Economía, han realzado la importancia de las habilidades no cognitivas, también llamadas sociales, en el desempeño futuro del individuo. En síntesis muy apretada, más importante que el coeficiente intelectual o que el aprendizaje de determinadas cosas (“trigonometría”), lo son habilidades no cognitivas como la disciplina, la capacidad para postergar satisfacciones y la “confiabilidad” -que otros, y en particular el empleador o el cliente puedan confiar en que el sujeto no va a faltar al trabajo, no va a llegar tarde, etc.
Esas habilidades se parecen mucho a los dictados de una antigua tradición familiar: cumpla su tarea, no deje para mañana lo que puede hacer hoy, hágase cargo de sus decisiones, levántese temprano, termine lo que empezó y cumpla su palabra. Queda la inquietud de si por el camino que vamos, superar la pobreza vía transferencias, tener medio millón de jóvenes que no estudian ni trabajan en los primeros cinco deciles, y seguir teniendo cifras alarmantes de embarazo adolescente y familias sin padre, deteriora las habilidades no cognitivas, lo que transformaría la lucha contra la pobreza en un barril sin fondo, porque ¿qué sentido de responsabilidad podría inculcarse a un hijo de un padre que se desentendió de sus actos y que vive de la beneficencia social? Parece entonces, que en esta materia no sólo hace falta cambiar el termómetro.