Inserción estratégica y desarrollo verde: la propuesta de Boric
José Miguel Ahumada Profesor asistente, Instituto de estudios internacionales, Universidad de Chile
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José Miguel Ahumada
A pesar del éxito en brindar una década de amplio crecimiento a partir de los 1990, el patrón de inserción nacional en el comercio internacional está mostrando importantes señales de desgaste. Primero, dicho patrón ha generado crecientes costos ambientales, sociales y laborales en las principales áreas de especialización exportadora. Y segundo, la estrategia elegida no logró ni diversificar verticalmente las exportaciones, ni complejizar nuestras áreas de especialización en forma sustantiva, ni generar tejidos productivos que incluyera a pequeñas y medianas empresas, ni ampliar los empleos cualificados ni hacernos escalar en la cadena de valor de nuestras respectivas áreas de especialización.
En este escenario, contentarnos únicamente con profundizar pasivamente y sin espíritu crítico en la estrategia tomada en el pasado es sinónimo de inercia y falta de creatividad. Es necesario hacer cambios al rumbo para ofrecer soluciones a los problemas señalados. Nuestra propuesta, lejos de ser un ‘retroceso al pasado’, como señala Jorge Sahd en su última columna, busca actualizar los instrumentos para los nuevos desafíos al ritmo de lo que nuevas literaturas económicas sugieren, como por ejemplo, la idea de un robusto banco para el desarrollo.
Mariana Mazzucato, entre otras, ha planteado la urgencia de este tipo de organismos para redirigir capitales hacia empresas e infraestructura en nuevas áreas con potencial tecnológico. En la misma línea, Stephany Griffith-Jones ha defendido recientemente la idea de ampliar la escala y re-pensar la estructura de instrumentos de Corfo para que pueda consolidar su rol de actor emprendedor en estimular, por ejemplo, nuevas áreas de energías renovables que sean pilares para nuestro crecimiento futuro y verde. En efecto, en estos momentos se discute en el Congreso de Estados Unidos la creación, precisamente, de un Banco del Desarrollo verde para afrontar desafíos similares.
A su vez, replantear elementos de los acuerdos comerciales -en específico los relativos a las restrictivas normas sobre inversiones extranjeras que, de acuerdo también a reciente literatura, limitan el horizonte del Estado para hacer políticas productivas- no sólo es posible, sino que es un derecho como país.
Dani Rodrik, por ejemplo, recientemente ha enfatizado este punto: es necesario analizar los efectos positivos de los acuerdos junto a sus efectos restrictivos en términos de espacio para hacer políticas industriales y evaluar su idoneidad de cara a la opinión pública. Esto, porque diversos casos de desarrollo exitoso lo han hecho junto con inversiones extranjeras que se insertan en reglas claras de transferencia tecnológica, contenido nacional y alianzas con capitales nacionales. Aquello, con el fin de construir las bases para un crecimiento dinámico y diversificado que no genere las inestabilidades sociales que, en la práctica, son las que minan la certidumbre de nuestras instituciones.
¿Suena lo anterior a intentos de implementar un “dirigismo omnipresente” del Estado, o volver a “los sesenta”, como sostiene Sahd? Evidentemente, no. Repetir los viejos fantasmas puede brindar aplausos entre los ya convencidos con esos prejuicios, pero no permite (más bien hace más engorroso) discutir sobre las soluciones urgentes que necesitamos como país.