Esa incómoda desigualdad
Ignacio Arteaga E. Presidente de USEC
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Ignacio Arteaga
En las últimas semanas hemos estado organizando la celebración de los 70 años de la fundación de USEC. Al volver a escuchar y leer los testimonios de los primeros hombres y mujeres de empresa, para contarles a las nuevas generaciones de empresarios, ejecutivos y emprendedores qué fue lo que los motivó a crear esta institución, nos hemos encontrado con dos elementos que nos han llamado la atención.
El primero, es que no tenían una meta concreta ni un objetivo específico que lograr; perseguían un ideal, una definición de empresa… un horizonte. La diferencia con una meta es que si te acercas un paso, la meta permanece, mientras que el horizonte avanza contigo. Lo segundo que aprendimos es que en ese horizonte hay dos focos iluminadores: la dignidad de la persona humana y la fraternidad entre las personas. Ambos son dos bienes fundamentales que emanan de una misma fuente: reconocernos hijos de un mismo Padre.
¿Y por qué sigue siendo válido ese horizonte para los empresarios del siglo XXI? Porque hoy, al igual que ayer, dignidad y fraternidad siguen estando amenazadas por dos problemas muy graves: la pobreza y la desigualdad.
Sabemos que la vida en condiciones de pobreza impide que nos desarrollemos plenamente y, en un extremo, la carencia de un mínimo material puede destruir una vida. En este escenario, un empresario sabe claramente qué hacer para combatir la pobreza y encuentra una legitimación para su actividad: la empresa crea riqueza, puestos de trabajo, trabajo digno y ésta es la principal palanca para acabar con la pobreza. Así, nos resulta amigable asumir la siguiente línea de pensamiento: el objetivo es la dignidad; el problema es la pobreza; la solución es el crecimiento económico; el instrumento es la actividad empresarial.
Pero cuando el asunto es la desigualdad económica, el tema nos genera incomodidad, ya que vienen a nuestra mente todos los fantasmas de Marx.
La desigualdad económica atenta contra la fraternidad y éste es un bien del que rara vez hablamos los empresarios. Hay desigualdades económicas que son fruto de injusticias, en cuyo caso es más propio hablar de inequidades. La inequidad nunca es aceptable. Hay otras situaciones de desigualdad económica en cuyo origen no hay inequidad, y que no están acompañasas de pobreza por lo que no está en juego la dignidad de la persona y, sin embargo, siguen generando odiosidades y malestar social. ¿Por qué, si no se ha cometido una injusticia y tampoco se está en presencia de una pobreza que degrada a las personas, estas desigualdades siguen siendo incómodas? Porque no hemos desarrollado ni promovido la fraternidad.
¿Cómo se soluciona, entonces, este problema? Viéndonos y tratándonos como hermanos; tomando conciencia de que compartimos una misma naturaleza y un mismo destino; colocando las cosas materiales en su justo lugar: usando las cosas y amando a las personas, pero no al revés; no permitiendo que las cosas me separen de los demás, sino que me unan a ellos; viviendo la austeridad, superando la codicia; siendo humildes y agradecidos; sabiendo que todo lo que tenemos, partiendo por nuestras empresas, en definitiva es un regalo de Dios para el bien de la sociedad; no aparentando ni creyéndonos mejores que los otros; ejerciendo un liderazgo del servicio; siendo cuidadosos de no despertar posibles envidias en los demás, ya que ella mata el alma de mi prójimo; asumiendo que solos nada podemos, sino que nos necesitamos unos a otros y que, si no progreso y avanzo junto con los demás, no es un verdadero progreso.