Iniciado el 2014 y con un nuevo gobierno ad portas, se ha hablado mucho de los desafíos prioritarios en nuestro país y se ha especulado sobre las posibles dificultades que puedan emerger desde distintos flancos. Como empresarios, y en base a nuestra particular perspectiva, tendemos a poner el foco en materias como la agenda pro crecimiento y pro empleo, en el fortalecimiento de la PYME y la promoción del emprendimiento y la innovación, las eventuales reformas a la legislación laboral y tributaria, o en el diseño de una matriz energética sustentable y eficiente para las necesidades del país.
Sin embargo, existe un desafío superior. Hoy vivimos en una sociedad activa que busca transparencia, que nos insta a escuchar y comunicarnos, a estar atentos y a ser coherentes. La coherencia es un valor al que todos aspiramos, pero suele ocurrir que tropecemos con inconsistencias, las que aún siendo a veces involuntarias hacen que nuestros actos no siempre se ajusten a nuestras palabras. Una disociación entre los valores y creencias que declaramos y las acciones que emprendemos nos va a llevar por un camino peligroso, que resulta difícil de enmendar por las conductas que inducen en nuestros colaboradores, particularmente en quienes ocupan posiciones de jefatura o ejercen liderazgos en nuestras organizaciones.
Los continuos cambios y exigencias del mundo empresarial en un mercado globalizado hacen que el pragmatismo, el utilitarismo, la competencia y la eficiencia sean criterios predominantes, olvidándonos muchas veces de que el quehacer empresarial, “no tiene sólo un significado económico, sino un significado humano” (Benedicto XVI, Caritas in Veritate). Esto porque la actividad de una empresa, en todos sus niveles, toca la vida de millones de personas y sus familias con lo que su fin y razón de ser es eminentemente social.
Ante esta realidad, nos preocupa que en nuestra calidad de hombres y mujeres de empresa, que detentamos cargos de influencia y liderazgo dentro del nivel que a cada cual le corresponde, no dejemos de lado nuestras convicciones y valores en el ejercicio de nuestro rol profesional. Que seamos plenamente conscientes de que el mejor modo que tenemos de aportar al país y a una sociedad más próspera y justa, es precisamente a través de un trabajo consecuente con nuestros principios que contagie a todos quienes nos rodean.
Durante el 2013 emergió un nuevo liderazgo que está remeciendo al mundo y revitalizó a una de las instituciones más antiguas y tradicionales y, al hacerlo, concitó la atención de todos. El liderazgo de servicio del Papa Francisco: humilde, asertivo, empático, libre, audaz. Un estilo que la revista Time definió como: “Sin cambiar las palabras, ha cambiado la música “… “A la gente le gusta el Papa Francisco porque es como se muestra”, destaca y explica que su convicción radica en que“el verdadero poder es el servicio”.
Quienes somos dirigentes de empresa también detentamos poder y está en nuestras manos entenderlo como una meta alcanzada que nos sitúa por encima del resto, o bien ejercerlo como una herramienta que nos permite servir a quienes nos rodean.