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Alto contrasteLas perspectivas para la economía estadounidense a corto plazo han mejorado. Ahora tiene una chance de elevar el PIB per cápita real a un ritmo mejor que el raquítico 1,7% promedio que viene manteniendo desde mediados de 2009.
Pero miremos más allá de 2014 y preguntémonos qué sucederá con el crecimiento de la economía estadounidense a más largo plazo. Según previsiones de la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC), el ritmo de crecimiento del PIB real per cápita pasará del 2,1% anual de los 40 años previos al inicio de la última recesión a apenas 1,6% entre 2023 y 2088. La principal razón de esta desaceleración será la disminución del porcentaje de población empleada, como consecuencia del envejecimiento de la sociedad estadounidense, la reducción de la natalidad y un menor ritmo de inclusión de las mujeres en la fuerza laboral. Si bien entre 1970 y 2010 la cantidad de personas con empleo aumentó a un promedio de 1,6% anual, la OPC calcula que en las próximas décadas esa cifra se reducirá a apenas 0,4%.
Que el crecimiento del PIB real per cápita pase de 2,1% a 1,6% parece una merma considerable. Pero aún tomando esas cifras literalmente como indicadoras de los futuros niveles de vida, no se puede inferir que los hijos de la generación actual vivirán peor que sus padres (como muchos temen). Un crecimiento anual per cápita de 1,6% quiere decir que un niño nacido hoy tendrá a los 30 años un ingreso real que en promedio será 60% superior al que tuvieron sus padres a la misma edad.
Por supuesto, ese crecimiento promedio no se repartirá del mismo modo entre todas las personas. Habrá quienes de aquí a 30 años superen el 60% promedio y quienes no lo alcancen. Pero incluso si en 2044 ese niño obtuviera nada más que la mitad de la tasa de crecimiento promedio, tendría un ingreso real aproximadamente 30% superior al promedio de 2014.
Aun así, las perspectivas son mejores de lo que estas cifras implican. Los técnicos que confeccionan las estadísticas oficiales de crecimiento del PIB real a lo largo del tiempo se enfrentan con dos grandes problemas que dificultan la medición del ingreso real de la población: uno es el aumento de la calidad de bienes y servicios, el otro, la introducción de bienes y servicios nuevos. Creo que ambos problemas llevan a que esas estadísticas subestimen el aumento real del nivel de vida.
Veamos la cuestión de las mejoras de calidad. Si este año yo pago por cierto producto o servicio el mismo precio que pagué el año anterior, pero en ese tiempo la calidad del producto o servicio mejoró, entonces hoy disfruto de un nivel de vida más alto. Y lo mismo vale si el precio aumentó, pero la calidad aumentó todavía más. Lamentablemente, no es posible hacer un seguimiento estadístico del aumento de calidad de cada bien y servicio producido por la economía. De modo que si uno tiene en cuenta solamente el costo de esos bienes o servicios, tenderá a sobreestimar por el lado del índice de precios y a subestimar la mejora en la calidad de vida.
Contabilizar la introducción de productos nuevos es todavía más difícil. Hoy en día casi no hay quien no use un smartphone, una laptop o un tablet. Sabemos lo que cuestan y conocemos su contribución al PIB total en términos nominales. Pero, ¿cuánto más estaría dispuesto a pagar un usuario cualquiera, por encima del precio usual de venta al público, a cambio de esos productos “imprescindibles”? ¿Cuánto valen para un paciente la invención de la cirugía laparoscópica o el desarrollo de fármacos para aliviar la ansiedad o prevenir un ataque cardíaco?
Resumiendo, estoy convencido de que el verdadero nivel de vida derivado de los bienes y servicios que compramos crece más rápido de lo que permiten suponer las cifras oficiales. Ya es así ahora, y es probable que siga siendo así en el futuro. Eso no implica dormirnos en los laureles. Estados Unidos puede y debe adoptar políticas que aceleren más el crecimiento del ingreso real.
Pero ese es tema para otro artículo.
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