Gracias a lo que un analista describió como “su aspecto de estrella de rock y su carisma de relaciones públicas”, Mark Carney, el ex presidente del Banco de Canadá, hizo estragos en la ciudad en sus primeras seis semanas como presidente del Banco de Inglaterra. Se va el régimen antiguo y rancio de las metas de inflación, con su obsesión por el índice de precios al consumidor y su desdén por los desequilibrios del sector financiero. Y llega un mundo nuevo y valiente de “guía de previsión supeditada al estado y basada en umbrales”, que se completa con tres eventos condicionantes o “knockouts” que podrían implicar el cambio de la política actual.
El anuncio que hizo en su primer pronunciamiento sobre políticas monetarias fue que las tasas de interés se mantendrán sin modificaciones y que la variante de alivio cuantitativo del Banco de Inglaterra seguirá vigente, al menos hasta que el desempleo caiga por debajo del 7% (de su tasa actual de 7,8%). Aunque todo sonó claro, los mercados estaban confundidos. Este desenlace tal vez no haya sido el que esperaba el nuevo presidente, pero quizá no resulte una sorpresa. Si bien la guía de previsión es una parte útil del kit de herramientas del banquero central moderno, la versión anglo-canadiense que se exhibe en Londres es sumamente compleja, sobre todo porque entró con calzador en un marco de políticas monetarias destinadas para otro fin.
Existen cuatro problemas relacionados. El primero es que el Reino Unido sigue tomando decisiones en materia de políticas por comité. A su favor, Carney ha logrado persuadir a la mayoría de sus nuevos colegas en el Comité de Políticas Monetarias (CPM) de que adhieran a la nueva estrategia (ahora sabemos que uno de ellos manifestó resistencia).
Eso lleva al segundo problema: los llamados “knockouts” -los otros factores que pueden cambiar el curso de las políticas- claramente son cuestiones de opinión, no fácticas.
El primer factor condicionante ocurriría si, “según la opinión del CPM, hay más probabilidades de que la inflación del IPC en 18 a 24 meses estará 0,5 punto porcentual o más por encima del objetivo del 2%”. El segundo es que “las expectativas de inflación de mediano plazo ya no están lo suficientemente bien ancladas”. Hay mucho espacio para que existan diferentes criterios sobre ambas cuestiones, y ninguna de las dos se presta a respuestas definitivas basadas en números sólidos. Lamentablemente, cuando se trata de pronosticar la inflación, el historial del Banco de Inglaterra no ha sido muy bueno.
El knockout final -que se produciría si “el Comité de Políticas Financieras (CPF) estima que la política monetaria vigente plantea una amenaza significativa para la estabilidad financiera”- apunta al tercer problema. El CPF es parte de la nueva y compleja estructura regulatoria del Reino Unido, en la que la ex Autoridad de Servicios Financieros ha sido dividida en dos: un regulador prudencial y de conducta comercial y un nuevo organismo para monitorear la estabilidad financiera. El nuevo CPF debe brindar su consejo públicamente al CPM cuando éste tenga alguna preocupación.
El CPF, debe destacarse, está presidido por el director del Banco de Inglaterra, de manera que existe algo inconsistente en esto. Pero su composición es diferente de la del CPM, de manera que su opinión sobre una política determinada también puede ser diferente y, en este caso, el presidente sólo tiene un voto.
Algunos sostienen que habría sido mucho más sencillo fusionar a ambos, y la dificultad del nuevo mecanismo para articular las políticas sugiere que efectivamente habría sido una buena idea. El presidente del Banco de Inglaterra hoy se encuentra en la curiosa posición de ser invitado a dejarse a sí mismo fuera de combate y en público también.
El cuarto problema es más fundamental. El gobierno ha optado por no cambiar el mandato formal del Banco de Inglaterra. Su principal objetivo sigue siendo la estabilidad de precios, mientras que los factores de la economía real quedan relegados a un segundo orden de importancia. Habría resultado mucho más claro abordar la cuestión de frente y cambiar el mandato del Banco de Inglaterra. Eso le habría asignado al nuevo régimen una pátina de legitimidad democrática, dándole mayor autoridad. El gobierno, sin embargo, decidió no exponer la cuestión en el parlamento.
Los objetivos de la nueva estrategia de políticas monetarias son admirables. La economía del Reino Unido, si bien avanza, sigue operando muy por debajo de su capacidad. Pero para mantener todas estas bolas en el aire, y no dejarse a sí mismo fuera de combate, Carney necesitará de toda la creatividad y la agilidad de ese otro gran producto de exportación canadiense, el Cirque du Soleil.
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