Desde el 4 de febrero de 1992, la figura de este controversial jefe militar que despertó odios y amores casi en la misma medida entre los venezolanos, ha sido una presencia palpable y omnipresente en la vida diaria de este país polarizado.
A partir de este 5 de marzo, su voz ronca y potente y su figura avasallante, su memoria prodigiosa, pasa al panteón de la leyenda y va camino a convertirse en el patrón de una suerte de religión nutrida en el fervoroso arrastre popular entre sus seguidores.
La imagen política y el pensamiento de este hombre fue cambiando e hizo cambiar al país desde aquella madrugada del golpe de Estado, y su rendición temporal, cuando dijo que “por ahora lo objetivos no fueron logrados”, hasta la última frase a él atribuida en su último twitter de @chavezcandanga: “sigo aferrado a Cristo y confiado en mis médicos y enfermeras. Hasta la victoria siempre!! Viviremos y venceremos”.
En sus últimos años, para bien o para mal, según quien lo mire, personificó en estas tierras el poder más absoluto desde la época de los virreyes de España, o, yendo un poco más acá en la historia, desde la era de otros militares como Pérez Jiménez o Juan Vicente Gómez.
Hugo Chávez, el multifacético hombre del pueblo encumbrado a la cima en la vida terrenal, que unificó el individuo, su partido, el gobierno y el Estado en un mismo ejercicio del poder, ha sido también consecuencia de una sociedad con históricas debilidades por los mesianismos, por los iluminados, o por descargar en otros las responsabilidades colectivas.
Su influencia en vida, ayudado por la debilidad y torpeza de sus oponentes, lo hizo capaz de cambiarle el nombre al país, de fomentar una nueva constitución con su entramado de leyes, de poner de moda palabras y eufemismos, de despertar sentimientos encontrados, de acabar con la división de poderes, de fundar un modelo de Estado en trance que pretende erigir una nueva forma de socialismo y acabar con el capitalismo más allá de nuestras fronteras.
Su estilo de gobernar fue sido visto como una causa, un catalizador de divisiones, de confrontación social, de luchas de clases, de alguna forma de justicia social a través de sus misiones, en un país con dos vertientes claras que deben luchar por encontrarse más allá del papel de un individuo en la historia.
Por ahora, queda un país con enormes distorsiones económicas, férreos controles, una moneda devaluada, una de las tasas de inflación más altas del mundo, desinversión, alta dependencia a las importaciones y la exportación de crudo, una Pdvsa debilitada. Pero también -al menos nominalmente- con grandes avances en indicadores sociales como los que mide el coeficiente de Gini, con mayor inclusión y alto nivel de participación y debate.
Ahora quedan sus herederos políticos y militares, también sus millones de seguidores, la mayoría de ellos entre esos grandes contingentes que siguen desposeídos y que dependen de la protección del Estado y de los petrodólares. También deja una nueva élite política y económica fortalecida a la sombra de la llamada Revolución Bolivariana, es un grupo mucho más pequeño, pero casi tan influyente como los millones de votos que arrastró el candidato Chávez y sus ungidos en las sucesivas elecciones a lo largo de estos 14 años.
Son esas fuerzas las que se medirán contra la otra mitad del país, según la Constitución, en los próximos 30 días.
Es en el marco de la institucionalidad, la ansiada paz y el respeto a los adversarios, que Venezuela debe seguir el curso de su historia en busca de un progreso económico y social, capaz de sobrevivir al efímero paso de un solo hombre, aunque este haya sido Hugo Chávez (QEPD).
DIRECTOR DIARIO EL MUNDO, VENEZUELA