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Diversificar para crecer: hacia una política de desarrollo productivo

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Partamos por la mala noticia: en Chile el crecimiento no está asegurado. Si en 2003 los expertos convocados por Hacienda esperaban un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) a largo plazo de 4,7%, hoy esa cifra es 3,6%. ¿Qué razones explican esto? Por un lado, la menor expansión de China y el fin del superciclo del cobre afectan la capacidad de crecimiento. Pero también existe un factor estructural que nos debería preocupar más. Nuestra estructura productiva se ha mantenido casi estática hace ya más 25 años. Hoy seguimos exportando cobre, salmón y celulosa, tal como lo hacíamos en 1990

Una mayor diversificación productiva está directamente asociada a mayores niveles de crecimiento en el largo plazo. Los cambios hechos por Corea del Sur, Irlanda o México hace unas décadas les permiten hoy crecer y ser líderes en la exportación de productos manufacturados sofisticados. De acuerdo a proyecciones de la Universidad de Harvard, si Chile mantiene la misma estructura productiva con un bajo nivel de sofisticación, de aquí al 2023 solo superaremos a Venezuela y Cuba con un crecimiento de 2,0% ubicándonos en el penúltimo lugar del ranking en América Latina.

El elevado precio del cobre fue una bendición para las arcas fiscales en el corto plazo, pero terminó siendo una maldición para la indispensable diversificación de nuestra economía

Sin una mayor diversificación, se pone en riesgo la creación de empleos de calidad, estables y bien remunerados, especialmente para las personas con menos calificaciones. Más allá de la existencia de políticas públicas paliativas, sin mejores empleos no lograremos reducir la tremenda desigualdad de ingresos y oportunidades que sigue aquejando a nuestro país.

Para obtener resultados diferentes, debemos hacer algo diferente, poner en práctica una política moderna de desarrollo productivo. Este enfoque demanda un esfuerzo deliberado del Estado, en colaboración con el sector privado, para desarrollar nuevos sectores, diseñar nuevos productos y penetrar nuevos mercados. Para ello se pueden utilizar instrumentos horizontales, como la provisión de bienes públicos (capital humano, certificación, infraestructura) que beneficien a todos los sectores sin distinción. Pero también se pueden usar instrumentos verticales (proyectos específicos de infraestructura, destrezas técnico-profesionales especializada), que den apoyo a un sector específico. Este enfoque reconoce la existencia de fallas de mercado y también de fallas de Estado.

El aprovechamiento de las políticas públicas para fines privados o su captura son riesgos que no se pueden ni deben soslayar. Pero son riesgos abordables dado el marco institucional de nuestro aparato público que, con altos y bajos, hemos ido construyendo. Lo que proponemos es muy distinto al crecimiento “hacia adentro” de moda en los 60, y también distinto del laissez faire ingenuo en boga en los 80. Nuestro enfoque recoge las exitosas experiencias de otros países, y reconoce en la alianza público-privada su factor de éxito. Llevamos décadas hablando de “agregar valor a nuestras exportaciones”, sin mayores resultados tangibles. Eso no va a cambiar si seguimos cruzados de brazos. Los costos económicos y políticos de nuestro mediocre desempeño innovador son crecientes -especialmente hoy-, tras el fin de la fiesta del cobre. Se requiere claridad conceptual y voluntad política. Llegó el momento de actuar.

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