Sin duda Hugo Chávez marcó la historia política contemporánea de América Latina: creó todos los elementos para que sus detractores vivieran la impotencia de no poder doblegar su influencia; abrió esperanzas y optimismos políticos a quienes vieron en su discurso un reimpulso a las ideas de la izquierda latinoamericana.
Pero hay una pregunta de fondo en esta hora de su partida: ¿por qué Chávez pudo ascender en Venezuela como lo hizo? Lo suyo fue el talento político, el instinto y la sintonía para captar el malestar profundo que cruzaba a la sociedad venezolana: la gente ya no creía en los dos grandes partidos, COPEI (demócrata cristiano) y Acción Democrática (social demócrata).
La desilusión se fue acumulando a medida que Venezuela se enriquecía con el petróleo, pero las grandes mayorías populares seguían pobres y marginadas. Tras irrumpir en el escenario venezolano en 1992, al encabezar una intentona golpista de jóvenes militares y pasar dos años en prisión, logró reentusiasmar a la ciudadanía de su país, especialmente a jóvenes intelectuales, obreros, pobladores y campesinos, y alcanzar el poder. Llevó a su país a una participación electoral constante y nutrida y -más allá de denuncias y abusos- deja como legado un sistema político renovado, con una competencia partidista real y con alto interés en las masas.
Fue con esa misma retórica y con el rescate simbólico de Bolívar que se lanzó a promover una nueva integración en América Latina. De Cumbre en Cumbre, ya fuera Grupo de Rio, la Iberoamericana o en Mercosur buscó impulsar políticas que no siempre encontraron el eco inmediato que buscaba. Alguna vez habló de hacer un oleoducto que cruzara toda América del Sur, otra vez propuso un Banco Central sudamericano, pensó que fácilmente entraría a Mercosur. Nada de eso caminó como pensaba, el apoyo de Brasil, incluso con Lula, no fue el esperado en Caracas.
Sin embargo, logró crear la Alianza Bolivariana para los pueblos de América (ALBA). Primero entre Venezuela y Cuba, a la cual pronto se sumaron Ecuador, Bolivia y Nicaragua, más algunas naciones del Caribe. Del 2004 en adelante Chávez se movilizó para liquidar el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) impulsado desde Estados Unidos. La Cumbre de las Américas en Mar del Plata (2005) fue la hora de su triunfo. Allí, cara a cara frente al Presidente Bush, logró que el empate de las posiciones mandara aquella iniciativa a los archivos de la historia.
De nuevo su olfato político y su instinto le hicieron ver que América Latina -más allá de la matriz socialista de algunos países- quería tener una relación más autónoma, más abierta al mundo, más independiente de Washington. Nuevos vínculos con China, con Rusia, con los países árabes, con Africa. En ese marco buscó impulsar el ALBA, como plataforma de vanguardia de esa nueva realidad predominante en la región.
Poseedor de grandes recursos y con abundante petróleo en sus manos, articuló esa entidad política con intereses compartidos. Pero, en muchos sentidos, ALBA ha sido Chávez. Y la pregunta de hoy es cuánto perdurará aquella iniciativa sin su principal inspirador.
Las demandas internas presionarán al futuro mandatario de Venezuela en cuanto Chávez se convierta en leyenda. Ni Bolivia ni Ecuador tienen el poder energético para ejercer el liderazgo de Venezuela. Países como Cuba y Argentina (cercana al proyecto, aunque no está en ALBA) tienen una agenda interna prioritaria. Brasil será parte de las iniciativas regionales, como Unasur, pero siempre desde sus propios intereses globales.
ALBA buscará persistir, pero no será la misma. Incluso el otro proyecto al cual Chávez también entregó su entusiasmo, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, CELAC, puede que sea el marco donde ALBA deba insertar su devenir. Al final, Chávez y el ALBA dejarán un legado a construir: si hay integración es para que la gente viva mejor, es para tener una economía donde el ser humano esté al centro.